Opinión

Sobre las disculpas de Ana Oramas

EL ENFOQUE 7 FEBRERO

01:54

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Anas Oramas la lía con frecuencia. Su tendencia a decir lo que cree la convierte (a veces) en una mujer altiva y malhablada, a la que le gusta acompañar su conversación privada con alguna palabrota subida de tono. Si usted o yo decimos una pavada, porque nos sentimos entre amigos, no debería pasar nada. Pero si es Oramas quien suelta la boutade y encima mete la palabra que empieza por P en la frase (si no es en Eurovisión, que eso le parece empoderadora Pedro Sánchez), entonces desatamos el escándalo, nos rasgamos las vestiduras y clamamos por el regreso del Santo Oficio. Oramas ha admitido sin decoración ni paja alguna, que se ha equivocado diciendo que los profesores de Canarias “no tienen puta idea de cultura canaria”, y ha pedido perdón a los que dijo que no tienen ni idea y a los que lo escucharon, tildando sus propias palabras de imperdonables, inadmisibles injustificables, y algunos ‘in’ más. Su inusual y emotiva contrición ha sido bien recibida por casi todo el mundo, excepto los enemigos declarados. Yo podría aplaudir este simpar ejercicio de reflejos, sus sumisas disculpas, o el estilo casi candoroso con el que se ha refugiado dócilmente –ella, la leona Oramas- bajo la sombra tutelar de sus viejos maestros de escuela y sus sabias enseñanzas. Pero no me creo una higa (con perdón) que su arrepentimiento sea sincero. A pesar de la impecable presentación de sus excesivas disculpas, sospecho que lo único que lamenta Oramas es no haberse dado cuenta de que la estaban grabando (hoy se graba todo) cuando soltó su exabrupto.

Un exabrupto, por cierto, mucho más espontaneo e interesante que sus floridos perdones. Quizá nos sirva para la puesta en común de qué diablos hablamos cuando hablamos de identidad canaria. O para iniciar un debate sobre el peso que tiene la influencia de las ideologías identitarias (precisamente) en el creciente retroceso escolar del conocimiento. O de cómo el miedo a la cancelación nos está habituando a ver como algo normal la contrita confesión social de nuestros públicos errores.

 
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