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La cárcel olvidada: más de 200 personas malviven en la antigua prisión de Palma

Jóvenes inmigrantes sin papeles, trabajadores de la economía sumergida y personas sin recursos han convertido el edificio en un refugio improvisado ante la falta de alternativas habitacionales

Reportaje antigua cárcel de Palma (13/03/2025)

Reportaje antigua cárcel de Palma (13/03/2025)

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Palma

Más de 200 personas residen en la antigua cárcel de Palma, un edificio en desuso que se ha convertido en refugio improvisado para quienes no pueden pagar una habitación. La mayoría son jóvenes inmigrantes sin documentación en regla, que sobreviven trabajando en la economía sumergida.

Al recorrer sus pasillos, se observan montañas de residuos acumulados. Muchas celdas, antes destinadas a reclusos, ahora sirven de habitaciones para quienes no tienen otra opción. Desde el exterior, el edificio apenas da señales de vida: la barrera metálica permanece siempre abierta y solo hay pintadas en las paredes. Sin embargo, tras unos minutos, aparecen dos jóvenes cargadas con bolsas de un supermercado cercano y un repartidor en patinete, esperando ser llamado para empezar su jornada.

Entre los residentes hay personas de distintos países, especialmente de Latinoamérica y el norte de África, pero también mallorquines. Domi, de 65 años, trabajó toda su vida en la construcción y, a pocos años de jubilarse, se ha visto obligado a vivir en la antigua prisión. Su pequeña pensión no le permite costear una habitación.

Adelane, un joven marroquí de unos 20 años, no tiene papeles y busca trabajo de cualquier tipo. Sabe que en pocos días les van a desalojar y tendrá que buscar otra alternativa. Ya ha vivido en la calle antes y reconoce que las noches pueden ser gélidas.

Su compañero Hasan reparte comida en patinete, que carga cada noche en el albergue de Ca l’Ardiaca, donde también se asea. En un buen mes puede ganar entre 600 y 700 euros, aunque sin contrato. Parte de sus ingresos se los debe entregar a la persona para la que trabaja.

Lo que en su día fue una prisión ahora es un refugio precario, marcado por el olor a basura y heces. Los carritos de supermercado se han convertido en barbacoas, las antiguas torres de vigilancia en viviendas improvisadas. No hay agua corriente, la electricidad llega a través de cables sueltos que cuelgan a la altura de los ojos y muchas celdas tienen candados para evitar robos. Un espacio olvidado por las instituciones, pero lleno de historias de supervivencia.

 

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