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Se va el yayo cabreado

El presidente de la Fundación Adislaf, Jose María López, fallece a los 78 años de edad tras una vida de lucha en defensa de las personas con discapacidad

José María López, en una de las protestas de Adislaf / Facebook de Adislaf / adislaf

José María López, en una de las protestas de Adislaf / Facebook de Adislaf

Zaragoza

José Maria López tenía una gran familia. Empezaba en su hermana Reyes, con síndrome de Down, a la que quería y sustentaba como el más fuerte de los cimientos, seguía por sus hijos, Paco y Gema, sus tres nietos, y se prolongaba sin fin en todos “sus chicos”. Asi llamaba él a los residentes, trabajadores o usuarios de los servicios de Adislaf, las personas con discapacidad intelectual a las que dedicó toda una vida a la que ha puesto fin, este jueves, un inesperado infarto.

Primero fue una pequeña asociación de familiares de disminuidos psíquicos en el barrio de las Fuentes, de Zaragoza, y después fue Adislaf, que Jose Mari presidió con tanto ahínco y tesón que la convirtió en el acorazado de la discapacidad, con residencia, centros especiales de empleo y de día para atender a los que más necesidad tienen de ser atendidos.

Todo un conglomerado de servicios por los que luchó a brazo partido para dignificar el futuro de este colectivo sin dudar ni un segundo en ponerse el primero en la manifestación o en llegar al extremo de una huelga de hambre.

El yayo cabreado, como firmaba sus sermones mañaneros que enviaba por WhatssApp, fue todo un personaje, el último guerrero contra la tantas veces inexpugnable Administración fuera del color que fuera. Tan pronto reclamaba las economías que le debían como la agilidad en los permisos para ultimar unas obras en la residencia.

No siempre se entendieron ni su pasión ni su ausencia de formalismos, pero nadie pondrá en tela de juicio ni su convencimiento ni su afán por mejorar la vida de las personas con discapacidad. Y ahí queda su legado.

Lideró FEAPS Aragón, hoy Plena Inclusión, fue alcalde de su pueblo, Cariñena, y llevó en el corazón a “sus chicos” ayudando para que pudieran sobrellevar el presente duro y aspirar a un futuro esperanzador como cualquiera. Le preocupaba la vida de todos y cada uno y conocía, con pelos y señales, cada drama personal que él hacía colectivo. Y a todos involucraba.

También a la radio, que a veces visitaba, para contarnos sus alegrías y sus penas, siempre con la energía de un ciclón convencido de su ruta y su misión. La familia de la discapacidad está de luto, y Aragón entero también. Descanse en paz el yayo cabreado.

 
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