En febrero busca la sombra el perro
La opinión de Andrés Recio

La columna de Andrés Recio

Morón de la Frontera
En febrero -como nos enseña el refranero español- ya busca la sombra el perro. Pero hoy son unos frágiles rayos de sol los que a veces se liberan de su mordaza nebulosa y descienden para ser recibidos por miles de psicologías distintas. Unos vocean pregones reivindicativos. En torno a los umbrales de una vetusta iglesia revolotea, acomodándose en reglamentaria formación, una comparsa que tributa honores a la estética, pero dos templos más arriba doblan a muerto. La Parca, que no entiende de máscaras ni pierde jamás su turno entre ensayos de burlas y conformidades de veras. Calle abajo una chirigota luciente de andrajos se posiciona delante del quiosco de la ONCE, tentando a la suerte… del cuplé, aireando cuartetos y danzando entre chascarrillos.
Y suenan las guitarras españolas marcando tiempo y compás, incitando, con vehementes rasgueos, al pitorreo introductorio. Febrero de carnavales, donde nadie es (o no quiere ser) quien realmente es. Como una vaga religión que de repente se alza y, en tres semanas, disemina su doctrina entre verso, repiqueteo, pintura y pentagrama. Dicen que "las fiestas del contento suelen ser vigilias del pesar". Peinando las olas de una herencia sabia y corrupta, fuerte y morbosa se desentumece febrero, el de las mil máscaras y carátulas, de embozos, de carismas solapados, de simulaciones enrocadas sobre un mismo fingimiento: el asesino, el amante, el resentido, el creador, el noble, el filántropo, el infame, el embaucador...
Los carnavales quizás gusten y atraigan tanto porque, en realidad, son la representación exaltada de una cuadriculada y desasosegada realidad. Así que sigamos siendo libres, lo más que podamos permitírnoslo, porque, como nos enseña Pessoa, "una vez jugada la partida de dominó, tanto si se gana como si se pierde, las fichas se vuelven boca abajo y el juego finalizado siempre es de color negro". Por eso es bonito jugar a veces con ese absurdo razonado, y retorcerlo, y estirarlo ante esta realidad dogmática y de ciencia ficción constante, ante tanto momento de afectada libertad, un absurdo carnavalesco para explicar lo inexplicable.