Vida y tatoo
La opinión de Julián Granado
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El «Paso Cambiado» de Julián Granado
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Morón de la Frontera
Antes, no hace mucho de esto, cada cual tenía un origen y procedía de un lugar. Si a alguien, como cantaban Los Chanclas, le preguntaban “y tú de quién eres?”, respondía “de Marujita” o “de Josefita”, y ya se había identificado. Podías descender de los Botín de Santander, si venías de la pata del Cid, o ser nieto de los “patascortas”, si habías nacido en mi pueblo. Pero, de mayor o menor enjundia, tenías una familia que te legaba el apellido, y buena parte, la personal e intransferible, de tu identidad.
Ahora no. Ahora vives como de alquiler, sin biografía propia. Adscrito a una generación, ya sean Milennials, X, Z o Nini. Y es a esa hornada generacional a la que debes tus hábitos, tus aspiraciones vitales y, en definitiva, lo que eres. Pero carecer de un origen específico es mutilante. Algo así como si tu historia no empezara por el principio, sino por en medio. Por una de esas estaciones de paso y de culto inmortalizadas por los tatoos que se amontonan en tu piel, disputándose hasta el último centímetro. A semejanza de las casas en las que se acumulan los cachivaches, sin que ninguno de ellos defina a su Diógenes de turno. Como no te define a ti ninguno de tus aparatosos tatuajes, ni dice quién eres en el fondo, sino a qué o quién te molaría parecerte. Pero en ninguna de esas cicatrices de tinta duerme la herida de tu infancia. ¿Acaso no la tuviste? ¿Es que tu vida empezó en la adolescencia, cuando nos atraen tantos delirios que terminaremos descartando?
Por eso, no conviene grabárselos en la epidermis, donde las tonterías se volverán imborrables. Habrás convertido en perpetuo lo pasajero, y en familia de tu sangre la que solo lo es de tu tinta. Lo de tatuarte en la piel los símbolos de tu generación te hace primo de ella. Si acaso, hermano. Pero hijo, desde luego que no.