Los 47

Córdoba

Salgo del cine, inducido por un amigo y por los premios Goya, de ver El 47, una producción catalana plagada de andaluces, de argumento sencillo, lograda fotografía y reparto coral, que bajo el símbolo de una línea de autobús urbano nos cuenta, en el fondo, la historia de la España contemporánea, acaso de la sociedad humana.

Nacer entre los algodones de la educación pública, hospitales con instalaciones de vanguardia, servicios culturales por doquier y la segunda mayor red de alta velocidad del mundo nos atornilla a los españoles en la amnesia de que en nuestra patria, hasta la generación de nuestros abuelos, había mucha, mucha gente iletrada, que sacaba la cabeza sin ningún recurso y con toda la dignidad para sobrevivir cada día, para construir algún horizonte posible. Y, sin ánimo de hacer spoiler, en definitiva recordarnos con la lucha de ese autobús que costó sangre, lágrimas y cárcel, que siempre es el pueblo el que salva al pueblo, incluso en democracia. Que las sociedades más primitivas, entiéndase aquí no arcaicas sino elementales, puras y humanas, son en esencia cooperativistas, de ayuda mutua. Como los patios de vecinos en extinción de los que tanto nos vanagloriamos y a los que apenas queda un hálito de vida.

Y recordé los 47s repartidos por nuestra geografía más cercana, desde el movimiento por el tren en los Pedroches a las protestas ecologistas por Doñana, pasando por la reciente victoria para derribar el delirio del Algarrobico en Almería o los vecinos de Valencia limpiando sus calles del lodo y de la vergüenza. Que está claro que el sufragio, el pluralismo político y la división de poderes han propendido a una sociedad menos injusta y con mayor libertad. Pero que a las duras son las gentes las que, como decía Miguel Hernández, con trabajo y sudor sostienen sus destinos.