Montero tiene tarea

Sevilla

¿Problema arreglado para el PSOE andaluz, entonces? No. No es tan fácil. El problema del PSOE en el que fue su principal granero y hoy es uno de sus mayores sumideros es más profundo.

Cuando llegó al poder en 2019, muchos pensaron que Moreno podía ser como Cospedal en la Castilla La Mancha socialista, o como Pérez Touriño en la Galicia popular. Es decir, un breve paréntesis.

Pero no. Moreno se ha consolidado y no hay encuesta que lo baje de la mayoría absoluta.

Y no porque tenga una hoja de servicios sublime. Andalucía es última en PIB per cápita y empleo. Y el sistema público sanitario sigue dando síntomas de enfermedad crónica.

Entonces, ¿por qué? ¿Por qué su discurso optimista, y hasta triunfalista, mantiene su calado? ¿Por qué no se percibe desgaste?

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Los factores son múltiples, pero quizás destaque uno: porque Moreno, cinco años después, sigue representando lo nuevo. Aún no ha agotado el crédito del cambio.

Es pronto, prontísimo, para poner nota a Montero como líder de la oposición. Pero no lo es para saber que tiene por delante el desafío más duro para un aspirante: agrietar el muro de una hegemonía recién construida. Añade dificultad que debe hacerlo mientras ejerce de ministra de Hacienda, y al mismo tiempo afronta la acusación del PP de que, por haber sido miembro de los gobiernos de Chaves y Griñán, ella representa lo viejo.

Ese cargo de ministra y ese pasado de consejera facilitan al PP la explotación de sus dos discursos favoritos, los dos discursos que le permiten, cinco años después, eludir una rendición de cuentas sobre sus propios resultados que vaya más allá de la omnipresente propaganda de la Andalucía viento en popa a toda vela: el discurso del supuesto agravio por parte del Gobierno y el discurso del supuesto lastre de la herencia recibida.

Si quiere incomodar al PP, Montero necesita desmontar esos discursos.