«La Maldición» en el Paso Cambiado de Julián Granado
«La última con que mantuvo amores nuestro campechano emérito parecía compartir mucho con el Rey: el apellido artístico; la fascinación por el dinero rayana en la cleptomanía; y una incomprensible afición por los elefantes»
El Paso Cambiado de Julián Granado
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Morón de la Frontera
No sé de qué se extrañan. Los tapadillos sexuales de los Borbones vienen de antiguo. Fernando VII se iba a casa de Pepa la Malagueña, que regentaba burdel, a dirimir altos asuntos de Estado. Su viuda y regente se encamó con un sargento, con quien se casaría en secreto y tendría un regimiento de príncipes tragones. La hija, Isabel II, pasando de su real consorte gay, hacía blanco de su ninfomanía, indistintamente, a toreros o tenientes generales. No se sabe de cuál de ellos le nacería Alfonso XII, que mucha María de las Mercedes y tal, pero por las noches bajaba embozado adonde las coristas. Su sucesor Alfonso XIII heredaría la afición, y a su amante oficial, la Neneta, la mantenía en Palacio, para escarnio de su legítima doña Victoria Eugenia.
Son, evidentemente, una estirpe de suelta entrepierna, ellas porque a todas horas la tienen disponible, ellos porque inquieta. Y a cada paso han de abrirle la portañuela al pájaro bobo que tienen enjaulado, y que en su vuelo termina siempre en brazos de alguna lista, y no de Schindler. La última con que mantuvo amores nuestro campechano emérito parecía compartir mucho con el Rey: el apellido artístico; la fascinación por el dinero rayana en la cleptomanía; y una incomprensible afición por los elefantes, ya sea como trofeo de caza o animal de monta circense. Lo que no compartían era el sentido previsor: él era un bocazas telefónico, que jamás se imaginó lo estaban grabando por si el día de mañana…
Así es que no me cabe la menor duda: a más de la hemofilia, la sangre de esa estirpe está poseída por una maldición, una calentura que habría que llamar a algún Rasputín para exorcizar. Y urgentemente. Pues ni siquiera en manos de nuestro virtuoso Felipe, que hace el sexto de su nombre y primero casado con plebeya, me siento tranquilo por la suerte de la Corona. Así es que al loro con los deslices borbónicos, que la República acecha.