«Mucho loco que anda suelto» en el Paso Cambiado de Julián Granado
«Y digo yo: ¿no es más verosímil pensar que el pueblo se equivoca muy a menudo? ¿O que, en lugar de votar con la cabeza o el corazón, únicos órganos electorales que me parecen de recibo, lo hace con el bolsillo o los genitales?»
Morón de la Frontera
Ya estábamos hartos del mismo programa repetido y fotocopiado de uno a otro comicio y al siguiente igual, con leves retoques a cargo del socialdemócrata domesticado o el atípico neoliberal salido del armario. Tenía que llegar el día en que el pueblo, al que no se engaña por mucho tiempo, se cansara de la tradicional oferta oligopartidista, y se lanzara a ojear en el mercado variopinto del pluripartidismo opcional. Con su reputación de sabio, el pueblo no se equivocará nunca al elegir, eso es un axioma. Si el cómputo de papeletas obliga a un caprichoso parlamento-puzzle, es que se desea que las partes negocien. Si el acuerdo resulta imposible, es que el pueblo ya contaba con la repetición electoral. O eso aseguran los intérpretes de la voluntad popular, que abundan en la clase política.
Y digo yo: ¿no es más verosímil pensar que el pueblo se equivoca muy a menudo? ¿O que, en lugar de votar con la cabeza o el corazón, únicos órganos electorales que me parecen de recibo, lo hace con el bolsillo o los genitales? El caso es que se equivoca. Un error del que los locos se dan cuenta cuando ya es tarde para ejercer un imposible derecho de desistimiento. Y todos (votantes y no votantes suyos) se tienen que comer luego con papas al impresentable de turno. No digo ya a Putin o Maduro, que manipulan elecciones. Ni a Kim-Jong-un, que es un dictador del TBO y no las convoca. No. Digo soportar a los llamados “locos” elegidos por las urnas. Los Milei, los Trump. Los de la ultraderecha europea en puertas de ganar, o los tumores embrionarios como Alvise. Esos “locos” que en todo tiempo y país cuentan con el caprichoso apoyo electoral de un pueblo mayormente desestructurado y poco reflexivo, pero ebrio de ínfulas democráticas. Y que se siente infalible cuando, como un arma, empuña esa papeleta y vota al “loco”. El que le ha robado el poquito de voluntad popular que le quedaba en la sesera.