José Carlos Valverde nos habla de los veranos de antaño
«Querido joven, no sé si eres igual o más feliz que mi yo de antaño, pero ojalá en unos años puedas mirar al pasado y hacerlo con la misma ternura con la que yo hoy contemplo el mío»
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La opinión de José Carlos Valverde
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La columna de José Carlos Valverde
03:27
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Morón de la Frontera
No sé si será demasiado arriesgado viajar al pasado. Y, sobre todo, de poder hacerlo… ¿cuántos de nosotros nos quedaríamos a vivir en él? ¿Cualquier época vivida fue mejor? Hombre, no lo sé, pero sí que es cierto que fue diferente. Es y será siempre diferente. Y es que a medida que uno crece, acumula arrugas y despedidas, que también son arrugas, pero en el alma. La memoria es un medio de transporte gratuito. Además, uno puede elegir dónde y cómo viajar. Yo soy de los que intenta siempre sonreír cuando toma el billete de vuelta. «De vuelta» me refiero al pasado. Me gustaría sentir o me gusta sentir la nostalgia y mantener vivos los recuerdos, sobre todo esos recuerdos que me hacen feliz y que me sacan, insisto, una sonrisa.
Esta mañana, mientras conducía de camino al trabajo y reflexionaba sobre esto, es que pienso que ya no quedan veranos, solo hace calor. Es más, hace calor durante más tiempo, motivo por el que he empezado a odiar esta dichosa estación del año. De aquellos años 90, cuando el verano duraba 3 meses, me quedo con muchos recuerdos. Me guardo a mis abuelos, sobre todo porque para mí son eternos. A los juegos de cartas en las puertas de casa, cuando a las tres de la mañana, pues hombre, aún era temprano. Cambiar el fichaje del año por dos escudos de fútbol. El búcaro fresco del vecino de abajo sentado en su silla de playa, la radio a todo volumen. Y es que no molestaba dormir en la azotea bajo un techo único y plagado de estrellas. La comba, el teje, botella rota o policía contra ladrones, las rodillas rapadas que no dolían, los cortecillos en las manos de saltar a los solares buscando el balón y los cristales. Los bocadillos de chocolate, el no piqui al compi que siempre pedía. Los cromos, los recortables, las televisiones en familia… Bueno: la tele en familia, porque en casa solo había una y bien que nos reunimos todos alrededor de ella.
El Mundial de USA 94, el codazo de Tasotti a Luis Enrique, el penalti fallado por Baggio en aquella final contra Brasil. El oro de Fermín cacho, la tiranía en el Tour de Francia a cargo de Indurain, la magia de Bruguera, el Dream Team de Cruz o el gol de Koeman a la Sampdoria y, por supuesto, la Quinta del Buitre. Los trofeos de verano, Teresa Herrera o Carranza. Los cortes de helados de la vecina y los niños en filas esperando el suyo. La prohibición de salir en la siesta (esa era sagrada). El teléfono del vecino (bueno, el teléfono del vecino que era para toda la calle). Tu colega saltando para tocar el timbre de tu casa, los zaguanes fresquitos, las lagartijas en las paredes bajo la luz de las farolas, devolver los vidrios en la tienda, la peseta, las cabinas y las llamadas a cobro revertido. El ventilador Taurus, las botellas de agua de vidrio reciclado del zumo, los batidos de fruta (¡qué ricos!) y los polos de hielo. El disquitis, los pelotazos en las cocheras de chapa. El vecino gruñón (con razón, ahora sí).
Los globos y pistolas de agua, la película de Grease sonando de fondo, la banda sonora del final del verano. Las calles sin coches, las piscinas de plástico en los patios de casa, las tortillas de papas, los filetes empanados y las frutas: el menú del bañista por antonomasia en la playa. Y a los míos, moronenses paisanos: la melancolía de un Lunes de Resaca, cuando un Morón es 1 de enero, pero en septiembre. Querido joven, no sé si eres igual o más feliz que mi yo de antaño, pero ojalá en unos años puedas mirar al pasado y hacerlo con la misma ternura con la que yo hoy contemplo el mío.