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Andrés Recio nos habla del «Pater Mediterráneo»

«Mediterráneo: patria inequívoca en la que la lengua se libera para decir lo que el corazón realmente siente y piensa, es un legado tangible, un ágora abarrotada de risas y de juegos hermanos»

La columna de Andrés Recio

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El comentario de Andrés Recio

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Morón de la Frontera

Tras las cenizas esparcidas por las hogueras de san Juan la nave del verano abrió definitivamente sus claraboyas sobre el Mediterráneo, sobres sus pueblos y gentes, como se abren las purpúreas venas de las brevas maduras al socaire de soles levantiscos y blanduras meridionales. Mediterráneo: gris, azulino, glauco lecho mitológico, hercúleo mensajero de guerras y de alianzas; padre omnipotente resuelto en suaves embozos de espuma blanca. Poseidón tonante, deslumbrante manantial de culturas y razas, al cual siempre es inteligente mirar como se mira a una mística moneda: en su cara, el regazo de un patriarca generoso; en su cruz, la espada flamígera de un inmisericorde asesino.

"El mar, la mar…", cantaría el poeta desde su rincón antaño tartesio, gimiendo versos sobre el indescriptible lienzo de sangres mezcladas, sobre el temido tapiz de onduladas promesas que surcarían los fenicios para desplazar a los propios tartesios; los griegos a los fenicios; los cartagineses a los griegos; los romanos a los cartagineses; los visigodos a los romanos; los bereberes a los visigodos... El Mediterráneo es ese lugar paradójico donde se pueden tropezar un opulento crucero con 700 ciudadanos occidentales a bordo y un desvencijado cayuco con 67 personas más cinco cadáveres. Mediterráneo: penachos de vida y muerte, de lujo y miseria sobre los que se balancean desgarradoras agonías junto a las más antiguas y bíblicas hospitalidades.

Mediterráneo: patria inequívoca en la que la lengua se libera para decir lo que el corazón realmente siente y piensa, es un legado tangible, un ágora abarrotada de risas y de juegos hermanos, de perfumes salitrosos, de flamencos que rompen sus voces en los cafés cantantes andaluces, de pescadores de bronce deambulando por los muelles de Marsella, de comerciantes y tahúres que tiran sus redes de trueque y engaño en los puertos de Nápoles, de Argel, de Málaga, de Génova… El Mediterráneo es el único lugar en el planeta donde Oriente y Occidente mezclaron sus sonidos, perfumes y colores en formas que es inútil expresar, con una alegría que sentimos con los ojos y con la piel, que se escapa a borbotones -como luz entre las grietas- tomando la forma de pueblos blancos, de oloroso limonero, de subyugante naranjo, de orgullosos cipreses que otean desde sus pinchudas atalayas las sillas de enea hermanadas con sombreros de palma y frescos patios, con paredes de cal y de arena, con caminos de antiquísimo polvo, con vides y huertos claros. “El mar. La mar. ¡Sólo la mar!”. Mediterráneo.

 
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