La «Genética por barrios» en el Paso Cambiado de Julián Granado
«Quizás porque la herencia familiar los ha hecho ya genéticamente diferentes, cada uno es fruto de una evolución acelerada que en pocas generaciones los ha diferenciado tanto entre sí como el Cromañón y el Neanderthal»

El «Paso Cambiado» de Julián Granado

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Morón de la Frontera
Dice un principio de la evolución de las especies que “la función hace al órgano”. Esto es, que si las jirafas tienen tres metros de cuello es para comer de la copa de los árboles. Y que, después de innumerables generaciones dedicados a coger aceitunas, los aceituneros altivos que todavía sobreviven al PER presentan unos rasgos físicos absolutamente distintivos y específicos de su ocupación.
Digo más. Que no solo la conducta y la tipología humana van por barrios, sino también la genética. Tomen ustedes, si no, a un espécimen de Los Remedios, de esos que se hacen el nudo de la corbata con los ojos cerrados. Y tomen, por comparar, a un individuo de Los Pajaritos, de los que aprenden a abrir cerraduras con la ganzúa antes que a comer con la cuchara. Y entregados los dos a las manos de un estilista y de la mejor maquilladora, a lo sumo disfrazarán al uno del otro, pero la pinta de nacimiento de ambos sujetos no engañaría a nadie. ¿Por qué? Quizás porque la herencia familiar los ha hecho ya genéticamente diferentes, cada uno es fruto de una evolución acelerada que en pocas generaciones los ha diferenciado tanto entre sí como el Cromañón y el Neanderthal. Y el ADN determinante de cada uno es la moderna versión de ese destino ingobernable al que los clásicos llamaban fatum.
Y es que, por más que se borren fronteras de clase, y desaparezcan oficios que te marcan, y todas las castas medias confluyamos a la postre en el registro del INEM, la historia de la civilización se va grabando día a día en el particular atestado genético de cada cual. Una secuencia condicionada por su origen y que condiciona su porvenir. No quiero entrar en asuntos por los que me pueda reprender el Observatorio contra la discriminación racial. Pero, en un futuro incierto, a los cuidadores de los mayores dependientes se les seguirá reconociendo por sus inconfundibles rasgos: morenos, de baja estatura y palabra melosa. Se habrá olvidado para entonces la razón de tanta pureza genética: y es que un día remoto fueron todos ellos inmigrantes ecuatorianos.