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Andrés Recio habla hoy sobre «El Látigo en la Palabra»

«Desde los púlpitos democráticos se pueden reivindicar y defender derechos del mismo modo que se restringen y se patean otros derechos, mirando con morbo a los ojos de las víctimas»

La columna de Andrés Recio

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Morón de la Frontera

Algunos de los más grandes crímenes cometidos por la especie humana, se gestaron en torno a exquisitos manjares institucionales, amenizados por variopintas danzas y lúdicas músicas. Los más artesanos afiladores prestaron sus servicios para desbastar filos de guillotina, sobre las que se construyeron las actuales naciones burguesas. Las más ruinas consignas fueron lanzadas como siembras de polarización y enfrentamiento desde unos medios de comunicación considerados como imparciales, pero que maniobraban y maniobran bajo el auspicio de fanatismos ideológicos. El control más férreo, la más déspota censura, suelen surgir en tiempos de incertidumbre del seno de grupos y partidos disfrazados de demócratas. Hoy se amparan en constituciones que representan los únicos 40 años de paz registrados en varios siglos, las lenguas más falsas. Los más bajunos corazones que solo persiguen poder, sillones y sometimiento.

También en democracia vemos cómo se aprueban leyes que llevan como última rúbrica el deseo cainita de los perpetuos ajustes de cuentas. Desde los púlpitos democráticos se pueden reivindicar y defender derechos del mismo modo que se restringen y se patean otros derechos, mirando con morbo a los ojos de las víctimas. Y todos le atribuyen a su palabra el bien único y verdadero, aunque este bien beneficie a una secta, a una simple clase o incluso a una predisposición psicológica, donde todos los que sobrepasen unas líneas rojas, serán automáticamente excluidos. Los pretendidos bienes y derechos ensalzados en grandilocuentes discursos pueden llevar enredados el látigo en la palabra, la injusticia y la discriminación impresas en la misma retórica. No siempre se cumplen en democracia, la vieja consigna de Abraham Lincoln cuando decía aquello de «El Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». Habrá que recordar como territorio más seguro y real las palabras de gente como Lowenstein, que tras la Segunda Guerra Mundial y ante un continente totalmente destruido, decía aquello de que «no es en la supuesta validez moral de los argumentos, donde la democracia se pone a prueba y se valida, si no en la práctica efectiva de los hechos concretos».

Pero claro, esta clarividencia surgía de la visión de una Europa totalmente destrozada por la polarización de diversas ideologías, por el enardecimiento de unos nacionalismos que desembocaron en un conflicto que regó los campos y las calles europeas con la sangre de cincuenta millones de almas. Pero es bueno recordar ciertas palabras, recordar ciertos procesos históricos, ciertas monomanías. Porque después de todo, el hombre no es más que un terco animal de costumbre y en mi país, de costumbres, enquistadas. Costumbres, eso sí, interrumpidas por un largo periodo democrático de progreso y bienestar que no cesa de ser apaleado- Periodo que tuvo la osada valentía de plantarle cara durante 40 años de libertad a una de las más desgraciadas, largas y negras historias comunes jamás conocidas por la humanidad.

 

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