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Última hora Detenido el autor del atropello múltiple que deja al menos un muerto en Mannheim (Alemania)

Escucha «Una de Cal y otra de Vizcaína», de Marcos Martínez

«Se ponen los vellos como escarpias de pensar cómo murieron esas personas. Los hechos matan y las palabras rematan»

Marcos Martínez / Radio Morón

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Una de cal y otra de vizcaína

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Morón de la Frontera

Me desperté la otra noche pensando en la importancia de las palabras y cómo en no pocas ocasiones, decimos cosas sin reparar en el daño que podemos hacer a quienes nos escuchan. Palabras que no son insultos o no están recogidas como tal en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Suele ocurrir que este tipo de palabras son soltadas a la ligera y sin pensarlas mucho. A poco que se reflexione sobre ellas, podemos caer en la cuenta de que son frases dañinas y que, si son dichas con el ánimo de ofender, estaríamos ante una mala persona por ser suaves en el adjetivo.

La semana pasada tuve el placer de asistir a la presentación del libro de Manuel Machuca titulado «Demasiada gente», una novela que recomiendo y que trata sobre el terrible drama de los niños. Leer a Machuca siempre es un privilegio para los ojos del lector. Salió a relucir en dicha presentación cómo a la madre protagonista le dicen en muchas ocasiones que tenía varios hijos más, como si eso fuera consuelo. A nadie en su sano juicio se le ocurriría decirle a alguien que le han amputado una pierna, que ha perdido una pero que tiene otra. Este lenguaje cruel se pone de manifiesto con asiduidad con los que buscan a sus antepasados en fosas comunes.

Es habitual acudir al manido argumento de que no es bueno remover los muertos del pasado, sobre todo cuando los muertos son de otro; o cuando la Ayuso habla sobre sus protocolos de la vergüenza aplicados en las residencias durante la pandemia. Viene a decir que para qué trasladarlos, si los ancianos iban a morir igual. Eso sí, solo se trasladaban a los que disponían de seguro privado. Semejante barbaridad sólo puede expresarse desde la más absoluta falta de humanidad.

Imagino la rabia y el dolor que deben sentir las familias de las 7291 personas que murieron en esas residencias. La señora IDA no tiene ni pajolera idea de que cuando alguien va a morir se le prestan muchísimos cuidados, para que ese momento sea llevado con la máxima dignidad y con ausencia de sufrimiento. Se ponen los vellos como escarpias de pensar cómo murieron esas personas. Los hechos matan y las palabras rematan.

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