Escucha la columna de Lola Fernández

Morón de la Frontera

La cuaresma llegó de una forma diferente, acalorada, anunciando una primavera que viene preguntando por ti, pero que se escapa.

La impaciencia es tanta que solo hay que mirar al cielo y contemplar su grandeza y aunque giren locas las manecillas del reloj de nuestros días, seguiremos mirando al cielo de nuestras vidas.

La Semana Santa se ha presentado de una forma que nadie desea por más que el sentimiento arrebate, lo que queremos es que no llueva, que tengamos un sol que irradie la luz necesaria y que las noches sean candelero de sensaciones inenarrables, aunque en nuestro interior deseemos que llueva, porque sabemos lo necesario que es y porque la sequía nos exige cabeza y no sentimiento.

Por eso…

Si hay que esperar se espera, porque el Señor y su bendita Madre están contigo todos los días del año, allí donde en silencio se reza, donde nadie ve tus lagrimas si las hubiera, allí donde se besa el talón de las ofrendas, donde la Virgen espera para oír tu plegaria. Si hay que esperar se espera, aunque el año pase y se cargue de horas y días, de luces y sombras, de anocheceres y amanecidas.

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