Escucha aquí el Paso Cambiado de Julián Granado

Morón de la Frontera

“Cuídate mucho, Juanito, de las malas compañías”, le cantaba su madre a Joan Manuel Serrat. Es un consejo aplicable a los mandatarios públicos de cualquier tiempo y lugar. Van por ahí desavisados, mandando e inaugurando, arropados por un círculo de rostros perdularios que luego la cámara, aplicando el zoom, identifica en efecto como tales. La saga de amiguísimos con la mano larga la inauguraron hace una eternidad, en el felipismo, los hermanísimos de Alfonso Guerra, a los que sucedió el cuñadísimo del propio González.

Este, el primero en poner al frente de la policía a un electricista de la UGT, y al frente de la Guardia Civil a un tío con pinta de estafador que efectivamente resultó serlo. En el imperio aznariano que vino después, y aunque entreverados con tipejos inconfundibles como el conocido Bigotes, predominaban los pijísimos abogados del Estado. Un buen puñado de los cuales, para que se fíe usted de los ilustres apellidos, fueron directamente de la cartera ministerial al trullo. Y, en una línea similar, el periodo rajoyano estuvo dominado por aquella figura del contable de mamandurrias, guardián de secretos en el doble fondo del Partido, que tanto sabía de tantos, y llevaba su oficio escrito en la cara. Sería por eso -¡oh, casualidades!- que le llamaban los suyos “Luis el cabrón”.

(Escucha aquí el resto de la columna)