Armando Ortiz: "La Semana Santa de Granada tiene que triplicar lo que recibe"

Granada

A pocos días para el inicio de la Semana Santa, la vida discurre a ratos en andas, a ratos a costal. Los actos se multiplican, la actividad se esparce y ocupa todos los ángulos de los templos y casas de hermandad; las tallas se trasladan, los pasos se yerguen formidables otro año más; los pedidos de flores a su hora; los priostes ciñen costuras; los cortejos alargan su estela sin desconfigurar su esencia. Todo a la vez, a un tiempo. Menos pasos quiero. Las bandas, los costaleros. Y también la caridad, y la espiritualidad. Y el plan parihuela; y la sensación de nuevo presente, densa y pesada como un paso de misterio, de sentir que el sector turístico se pone las botas a cambio de un espectáculo infinito y genuino. Y luego los palcos, inalcanzables para plebeyos, heredados de generación en generación por la gracia de Dios, y la necesidad de hallar soluciones para contener más público privilegiado, y más recorrido para que los hermanos sobrevivan y respiren al embudo de San Matías convertido en la M-30 por la convergencia allí de la hilera de cortejos agrandados en busca de la tribuna oficial.

De todo ello habla Armando Ortiz, presidente de la Federación de Cofradías, desde su balconada emocional, púlpito también de toma de decisiones de un universo que ha de proteger la liturgia y la ortodoxia como elemento inalterable pero a la vez en volandas de unos tiempos frenéticos y digitales que todo lo empujan. Ante su segunda Semana Santa como presidente, afable y conciliador pero a la vez determinante, sigue con las ideas muy claras. Ortiz cree que es necesaria la ampliación de la carrera oficial y también que "la Semana Santa de Granada tiene que triplicar lo que recibe", refiriéndose a las aportaciones de las administraciones públicas y el sector turístico, uno de los temas sin dudas más espinosos de la corona.

Durante la entrevista, muestra y se detiene en las chicotás de su memoria, descendientes los pasos por la Carrera del Darro, entre el los puentes de Cabrera y Espinosa, minutos de espera y emoción junto a sus hermanas, imaginando entonces con los ojos de un chiquillo una vida con el prójimo comprometida.