Una revolución

Córdoba

Tengo fotos de pequeña con la equipación del Córdoba Club de Fútbol. Jugaba algunas veces con mis primos (ventajas de ser la única chica del grupo). Sin embargo, será mañana cuando, por primera vez en mi vida, vaya a ver un partido de fútbol en directo.

No sé cuándo hay que tirar un penalti, hace poco que empezó a quedarme claro lo del fuera de juego (sólo en teoría, aún no sé verlos durante el partido) y las señales e indicaciones de los árbitros me parecen un misterio… pero mañana estaré con mi hija en Córdoba apoyando a la selección femenina de fútbol.

Por mi investigación, sé cuándo la gente está haciendo historia y estas chicas, a pesar de todas las presiones, insultos malintencionados con que las atacan en los medios y chulerías oficiales que han tenido que soportar… la están haciendo. Todo ello a pesar de lo que sabemos y que hemos visto desde que ganaron el mundial: desde el patán Rubiales al aprovechamiento de algunas políticas que se manifiestan por ellas, pero no piden perdón por una ley en la que se han equivocado.

El machismo desigual se queja de sus quejas, de su ruido. Al machismo siempre le encanta el silencio. Pero con estas demandas parece que han conseguido que les suban el sueldo a las profesionales por convenio, desde los 16.000 euros al año a los 20.000 de ahora (a ellos, por cierto, su convenio establece 182.000); además reclaman viajar, comer y concentrarse con la misma profesionalidad que cualquier otro deportista de élite. Lo que viene siendo dignidad en tu profesión, vamos.

Mañana iremos a verlas con la ilusión de saber que veremos a un equipo que -sencillamente- está haciendo historia, y no sólo en el deporte.

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Afortunadamente, no lo soy, pero si fuera Rubiales, les gritaría desde la grada ‘ole vuestros ovarios’.