Impuestos

Córdoba

Lo mejor de la campaña de la Renta es ese clamor contra la injusticia, ese despertar de la conciencia de clase, esa llamada a las barricadas, esa Revolución de Octubre tan virtual como apasionada que invade cada primavera mi grupo de WhatsApp favorito. El espacio en el que habitualmente se comparten memes, noticias de difuntos y casas rurales para fin de año se llena de un día para otro de discursos encendidos en defensa de un sistema fiscal más justo en el que pague más quien más tiene, uno que no castigue la precariedad y las trampas que a veces tienen que hacer los precarios, pero que sí persiga a los que esquivan los controles por insolidaridad y no por necesidad, que son siempre los de la patria en la muñeca, el dinero en el bolsillo del contribuyente y la Sanidad para quien pueda pagársela.

A mí me gusta pagar impuestos, desde el IRPF hasta las tasas de Emacsa. Voy por la calle buscando el rastro de mis impuestos: el contenedor que amanece vacío, el agua que sale de la fuente, la línea 2 de autobús que va desde Fátima hasta el hospital. Me enfado también cuando busco el rastro y no lo encuentro, como cuando vuelvo del hospital a Fátima sin cita para el especialista. Cuando eso pasa pienso en esos a los que la declaración les ha salido a devolver sin merecerlo, y me enfado más todavía, porque una cosa es ser buena ciudadana y otra muy distinta ser idiota. Ahora, cuando estoy esperando con ilusión el que será mi segundo IBI, solo pienso en que más ilusión me haría si la Iglesia lo pagara también. El impuesto que menos me gusta es el IVA, porque se nos cobra a todos por igual independientemente del dinero que tengamos, y eso no tiene sentido.

Seguramente también salga ese tema hoy en mi grupo de WhatsApp, y espero que en el tuyo también. Hay que aprovechar estos ratitos para hacer pedagogía. ¿Quién sabe? Tal vez estemos a un simple mensaje de WhatsApp de tomar los Palacios de Invierno. Un WhatsApp de esos que dicen: “si el número sale en positivo es que me devuelven, ¿verdad?”