Deseos de año nuevo
La firma de opinión de la periodista Irene Contreras
deseos de año nuevo. La firma de opinión de Irene Contreras
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Llego tarde para los ruegos y sugerencias previos a la comida de Navidad (lo de no preguntarle a los niños si ya tienen novia, ni decir que estás más guapa así, más delgada) y demasiado pronto para cerrar el año con balances, porque, visto lo visto, quién sabe si de aquí al sábado puede pasar algo que me lo desequilibre y tenga que volver a empezar. Pero es que además no me gustan los balances, porque cómo va a competir una pequeña alegría con la angustia mundial, los avances de la medicina con la amenaza de la guerra nuclear; cómo vas a calibrar por separado lo que te hizo feliz y lo que te puso triste cuando son la misma cosa, como una persona que estuvo y se fue, como la nómina que llega pero se la come la inflación.
Como me ha tocado hablar en este espacio de tiempo raro de días hábiles en ambiente festivo me ahorro las broncas y los balances. Pero por suerte para los deseos nunca se llega pronto ni tarde, más aún teniendo en cuenta que el verdadero Año Nuevo, y eso todos lo sabemos, no arranca en enero sino en septiembre, cuando se va el calor y empiezan las lluvias, si es que eso llegara a pasar. Para 2023 deseo, por cierto, que llueva mucho, que se rieguen los campos y se llenen los embalses, y puestos a desear deseo también el fin de la explotación laboral y que la riqueza se reparta, que nadie se ahogue en billetes y que nadie se muera de hambre.
Para mí y para los míos deseo salud, por supuesto, y deseo además que la garantía de salud nos la proporcione el Estado con unos servicios públicos decentes, para que, si me pongo mala, me puedan atender bien y rápido, y mi enfermedad no se convierta en un bien de mercado para que unos cuantos hagan caja. También deseo tiempo, el tiempo suficiente para no sentirme mal por no estar siendo productiva, tiempo para compartir e incluso tiempo para aburrirme, que de todo quiere el cuerpo. Ya sé que todo eso no me lo van a traer las uvas ni los Reyes Magos, ni siquiera las elecciones municipales, que están a la vuelta de la esquina, por si a alguien se le había olvidado y tiene que ir pensando.
Así que mientras tanto, para no quedarme de manos vacías, deseo que por el camino no nos amarguen la vida, ni el 1 de enero ni el 20 de agosto. Que nos riamos mucho, que nos enfademos las veces que haga falta y que a quien le guste hacer balances el año que viene le salga a devolver.