Siempre nos salva la música
Firma de opinión de Gonzalo Herreros, profesor de Geografía e Historia
Siempre nos salva la música. Gonzálo Herreros
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Córdoba
Córdoba se ha vestido con sus galas luminosas más deslumbradoras que, como el turrón, vuelven a nuestras ciudades por Adviento. El pasado viernes nuestra capital se sumaba a esa trepidante y festiva carrera por la decoración urbana, llena de bolas y estrellas, de abetos y calcetines, de renos y pastorcitos; ese entramado de tópicos que cada solsticio invernal inundan, casi diría que invaden, nuestra agenda y nuestra vida durante un mes, a veces más. Toda una industria del espectáculo vulgar que desde Málaga hasta Vigo, desde Barcelona a Madrid, hace las delicias del anciano y el párvulo, en un statu quo indiscutido e indiscutible de que así ha de ser eso que llamamos Navidad. Un ruido ensordecedor de estímulos vacíos, de ingestas sin fin, de forzadas y sonrientes compras por doquier. Y el debate no es ya si nuestro ritmo como sociedad ha de estar tan marcado por un calendario religioso –lamentablemente, ¿qué queda de religioso en toda esa lúdica parafernalia golosa y eléctrica?- sino… ¿es sostenible un modelo económico y social que siga basando y fomentando su ritmo en un consumo desenfrenado e irracional? Pero en medio de todas esas luces vacías, siempre nos salva la música. Con esa misión mesiánica, como un oasis de verdad absoluta, la próxima semana se podrá escuchar en el Gran Teatro la versión íntegra del monumental Oratorio de Navidad de J. S. Bach, con los infalibles Orquesta de Córdoba y Coro Ziryab, para elevar las almas de los cordobeses, para salvar a los que aún creen de verdad en lo espiritual que queda de estas fechas.