La ley de la brutalidad
Esta ley de la brutalidad creciente también funciona para nosotros, los ciudadanos de las democracias occidentales. Solo que de otra manera. Parecería que la guerra debería seguir una lógica racional. Pues no es así, ni seguramente nunca lo ha sido
Barcelona
Unos misiles caen sobre la estación de tren de Kramatorsk, en el Donbás ucraniano. Mueren 50 personas, muchos de ellos niños. Intentaban huir del infierno en que Putin ha convertido a su ciudad. Hay más de 100 heridos. 40 cirujanos amputan brazos y piernas. La invasión de Ucrania es un concurso de Vladímir Putin consigo mismo. Un concurso muy sencillo. Y muy macabro. A ver que día logra superar su crueldad de la víspera.
Esta ley de la brutalidad creciente también funciona para nosotros, los ciudadanos de las democracias occidentales. Solo que de otra manera. Parecería que la guerra debería seguir una lógica racional. Pues no es así, ni seguramente nunca lo ha sido. Seguimos más la lógica volátil de los sentimientos. Para aumentar la ayuda a la resistencia ucraniana. Para acelerar el envío de armas. Para aumentar las sanciones a Moscú. Para hacer todo lo que tenemos que hacer, parece que necesitamos un revulsivo. El más eficaz es la brutalidad del invasor.
Grabamos esta guerra en la memoria por sus jornadas más execrables. 9 de marzo: bombardeo del hospital infantil de Mariúpol. 4 de abril: descubrimiento de cuerpos fusilados con las manos atadas a la espalda en Bucha. Hoy, 8 de abril, decenas de niños asesinados en Kramatorsk. ¿Cuántos desastres de la guerra más tendremos que contemplar, para no soportarlos más y hacer todo lo que debemos hacer?
Xavier Vidal-Folch
Periodista de 'EL PAÍS' donde firma columnas y colaborador habitual de la Cadena SER, donde publica...