Incendio

Berlín

Hay una casa ardiendo al final de la calle. Los que han podido, han salido corriendo y se refugian en los edificios aledaños, donde sus vecinos los acogen y se apañan como pueden, esperando que el incendio no vaya a más. La segunda línea de viviendas, está acogiendo también a algunos de esos vecinos que huyen, mientras les llega una parte del humo, y las chispas pasan directamente por su ventana.

En el otro extremo de la calle hay más vecinos a los que todo pilla bastante lejos. Parece poco probable que las llamas los alcancen a ellos, pero no han tenido problema en desplazarse hasta los límites del incendio, para llevarse a algunos de los afectados a sus casas y darles cobijo y ayuda hasta que puedan volver, si es que algún día pueden. El incendio no les llega, pero saben que tiene que ver con ellos. Las labores de extinción cortan el tráfico e impiden la normal circulación, y el tendero de la esquina está preocupado porque no sabe si podrá reponer el género y mantener su actividad. Aún así todos esperan superar la situación lo mejor posible. Son vecinos y se están echando una mano.

Ahora llega además una fecha señalada. Una que llevaban dos años sin poder celebrar por la pandemia. Es raro, piensan algunos, celebrar mientras se sigue quemando la casa del final de la calle. Es una festividad que invita a la reflexión y que también permitirá a los vecinos centrarse en temas más mundanos, como si se podrá celebrar tal procesión o si lloverá; recuperará el debate de si tiene sentido bloquear una gran parte de la casa solamente por una manifestación religiosa, de si esa fiesta aporta más de lo que quita y más aspectos en los que llevaban dos años sin pensar. Disfruten de esa fiesta vecinos. Hace tres años los animé a hacerlo, mirando como ardía Notre Dame en la tarde del Lunes Santo y pensando que nunca se sabe cuánto duran las cosas. Ni las catedrales, ni las casas, ni las formas de vida.