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Las emparedadas de Valencia

Conocemos la historia de mujeres que en el siglo XVI decidieron hacer un retiro del mundo encerradas entre cuatro paredes

La València Olvidada 07-04-2022 Las emparedadas de València

La València Olvidada 07-04-2022 Las emparedadas de València

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València

Las emparedadas de Valencia eran mujeres solteras o viudas que, en un principio, elegían hacer un retiro voluntario del mundo material, corrupto y pecador, en sus propias casas, entre cuatro paredes. Se vestían con atuendo de penitente y optaban por llevar una vida de privaciones, en muchos casos para el resto de sus días para dedicarse a la oración y a la contemplación mística.

Ceremonia pública para enterrarlas

Estas mujeres se sometían a este modo de penitencia y ascetismo, casi radical, de forma voluntaria, mediante una ceremonia pública en la que se reproducía el ritual de un entierro.

Las emparedadas subsistían con la comida que se les daba a través de una diminuta rejilla o tragaluz. Tenían la ropa justa para vivir, sabiendo que morirían allí (frecuentemente por las infecciones contraídas por la falta de higiene). Lo más común era que la misma emparedada o su familia pagase previamente los costos de una vida que podía durar décadas (tenemos algún ejemplo de más de 30 años) con pagos en efectivo o mediante la donación de los bienes familiares. Algunas de estas mujeres vivían de la caridad y de la limosna y otras terminaban desistiendo de su enclaustramiento con el paso de los años o, directamente, se les obligaba a desistir por motivos de salud.

Una moda del siglo XVI

Esta práctica se puso de moda en el siglo XVI. Tal fue su práctica y repercusión en la ciudad que el arzobispo de Valencia, Martín Pérez de Ayala, llegó a prohibir en 1566 que los sacerdotes fueran a las casas de estas mujeres a celebrarles misa y a administrarles los sacramentos si no era en caso de su muerte. Este veto hizo que se crearan beaterios, que solían estar sujetos a alguna orden como la tercera de San Francisco, y que era pequeños espacios en los que se podían congregar un pequeño número de emparedadas en un mismo recinto.

El emparedamiento fue una práctica piadosa de vida que subsistió hasta la invasión francesa de España.

Práctica ¿voluntaria?

Existían las dos modalidades. De hecho, el escritor valenciano Jaume Roig contaba en el siglo XV como el rey Jaume I ordenó recluir a una condesa entre cuatro paredes por abandonar a su esposo para amancebarse con un pescador valenciano: «Dins la caseta de parets feta hi fonch tancada. Emparedada. Sola reclusa».

Y respecto al ingreso voluntario, resulta muy llamativo que en el refranero de la época se dijera que: “Viuda lozana, ó casada, ó sepultada, ó emparedada”. No estar casada no era una opción muy bien vista.

Sin luz y con una pequeña ventana para recibir alimentos

Eran espacios con una mínima entrada de luz donde apenas cabía un humilde jergón para recostarse y dormir o un banco de piedra. En algunos casos tenían dos ventanas opuestas, una al exterior para recibir alimento (limosna) y otra a la iglesia para poder seguir los oficios litúrgicos. En muchas ocasiones, estos lugares eran de obra nueva y se construían aprovechando algún pequeño muro saliente o hueco en las paredes de iglesias, monasterios, o de las torres campanarios.

¿Dónde estaban?

En algunas de las parroquias de la ciudad, como la de Santa Catalina Mártir, la de San Andrés (actual San Juan de la Cruz, en la calle Poeta Querol), la de San Lorenzo (en frente de Les Corts), la de San Esteban (a escasos metros del Almudín) o la desaparecida de la Santa Cruz (situada en la plaza de la Santa Cruz del barrio del Carmen). También hay constancia que hubo algunos emparedamientos adosados a obras públicas como los puentes o las murallas de la ciudad.

Texto de César Guardeño

 
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