El final parece abrazarnos
La firma de María González López
Aranda de Duero
Salgo a la terraza, ni el reloj reconoce las ocho de la tarde que apuñala con sus agujas, el Sol no se ha derramado aún por el horizonte y el paisaje de siempre se ha difuminado en nuevas rutinas, como un borratajo de color sobre el Gernika. El calendario de marzo se ha extinguido, no obstante, el de hace dos años dejaba descendencia sobre abril y mayo anexionándoselos, en una vida que desobedecía al tiempo y su abandonó, habitando en una pausa que parecía una pesadilla de siesta.
Ahora mis manos ya no aplauden en los balcones, se han caducado esas tradiciones, en cambio, en las grietas de sus palmas ya no se lee el futuro, sino que se sedimenta el pasado de aquella época de incertidumbre enquistada en las entrañas, ansiedad volando en el aire de nuestros pulmones y miedo dueño de los latidos de corazones sin opinión, todo ello, síntomas también de la covid que se almacenaban demasiado cerca del alma.
Las pantallas de televisión se volvieron un cuadro inmóvil anónimo, con noticias que apenas variaron en tres meses, nos arrancaron la primavera como las flores en los funerales y el cielo se tiñó de nubes negras que cargaban con todas las penas a la par que se despoblaba de aviones.
Sentí tocar fondo viviendo en un tercero, la bola del mundo reducida al tamaño minúsculo de un virus y las golondrinas ser impuntuales. No obstante, guiándonos por mapas coloreados por números, políticos con necesidad de alguno para ubicarse en lugar de su discurso y las ganas efervescentes sobre las venas, nos devolvieron la libertad secuestrada.
Arrebañamos todas las horas de los relojes del verano, encerrando en cada minuto un homenaje a cada día que habíamos sobrevivido. Sin embargo, a pesar de creer que habíamos conseguido engañar a la realidad y hecho mudanza de calendario, no sabíamos que 2020 abarcaba más allá de sus límites temporales.
Tras un otoño de relojes incompletos, mascarillas ejerciendo de máscara que nos disfrazaba de una versión que no nos correspondía y la promesa de vacunas, 2021 fue su espejo hasta un nuevo mayo que, como el anterior, nos acercaba a nuestra vida entera.
Las vacunas fueron la espada contra la pandemia que cada uno llevamos clavada, como la espinita de la vida que no recuperaremos, a pesar de que pensemos que tras este tiempo incierto regresaremos a aquel 14 de marzo de 2020.
Hoy es 1 de abril de 2022, como otro cualquiera, viernes, para ser exactos. No obstante, este lunes, aún siendo el día más odiado de la semana, se levantaron las cuarentenas obligatorias por la covid. Un paso hacia la normalidad sin su receta mejorada que la empeoró.
El final parece abrazarnos rompiendo las distancias de seguridad y la falta de afecto, arrastrando una herencia de aprendizaje barnizado con fuerza, el Resistiré convertido en un eco que prosigue colgado en nuestras bocas, como un insulto hacía este presente en guerra consigo mismo, y la capacidad de ser felices con menos, con poder vernos la sonrisa, salir sin horarios o vivir sin pausas.