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'Lavinia': una mujer inolvidable

Una novela corta deliciosa, con una protagonista femenina muy potente, moderna, divertida y sabia

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George Sand es el pseudónimo de Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant. Nació en París el 1 de julio de 1804 y murió en Nohant el 8 de junio de 1876. Está considerada una de las escritoras más populares del siglo XIX y más destacadas del romanticismo. Muy interesada en las ideas del socialismo utópico, plasmó en numerosos escritos políticos un marcado carácter revolucionario y republicano. Pero su compromiso iba más allá. En la revolución de 1848, George Sand participó del Comité Central defendiendo la república y los derechos de la mujer.

Fue una autora muy prolífica, pero entre sus obras destacan 'Indiana', 'Valentine', 'Lélia' 'La pequeña Fadette' y la magnífica 'Histoire de ma vie'. 'Lavinia' se publicó en 1833. Es una novela corta deliciosa, con una protagonista femenina inolvidable, muy potente, muy moderna, divertida y sabia. Nos habla del amor, del pasado que nunca volverá, de los amores perdidos, del dolor y de cómo construimos nuestro propio futuro.

Los matices y sutilezas del amor

Las novelas del siglo XIX, y especialmente las francesas, supieron plasmar, mejor que cualquier otro género, incluida la poesía, todos los matices y sutilezas del amor. Tal vez porque los novelistas de la época eran unos grandes observadores, pero también porque ellos mismos fueron, en su mayoría, grandes amantes. El caso de George Sand no lo discutirá nadie, pues incluso hoy se la conoce más por su agitada vida amorosa que por su prolífica obra. De manera que, por así decirlo, sabían de qué hablaban cuando hablaban de amor. Lo que no quiere decir que hablaran siempre de sí mismos. A George Sand esta manía de interpretar la vida del autor a la luz de sus novelas siempre le pareció absurda.

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'Lavinia', publicada con el pseudónimo que la haría famosa, es una de las primeras novelas de George Sand, que tiene entonces 28 años y es ya una autora conocida. Acaba de romper su relación con Jules Sandeau, responsable indirecto de su pseudónimo, y conocerá a Alfred de Musset, seis años menor que ella, con quien mantendrá una correspondencia que se hará famosa. Como escribió ella misma: "Yo había querido ser artista, y por fin lo era. Imaginaba que había conseguido algo perseguido durante mucho tiempo, la independencia exterior y la posesión de mi propia existencia: acababa de ponerme una cadena que no había previsto". La cadena es la celebridad, que la expondrá a la opinión de sus contemporáneos, muchas veces envenenada.

George Sand, muy admirada y muy vilipendiada por sus contemporáneos

Como Balzac, George Sand escribe para ganarse la vida, y trabaja "como una mula", según sus propias palabras. Hablar de su vida no significaba, sin embargo, para ella hablar de sí misma, cosa que siempre consideró de mal gusto, sino hablar de sus ideas, de sus sentimientos, de sus reflexiones, de sus amigos, a los que debía, según le gustaba reconocer, lo mejor de sí misma; hablar de todo aquello que en algún sentido podía llegar a servir algún día a los demás.

George Sand, como suele pasar siempre con los grandes, fue muy admirada y muy vilipendiada por sus contemporáneos. Su obra fue reconocida muy pronto, y muy pronto traducida a otras lenguas, lo que la convirtió en una mujer influyente en los medios literarios, una mujer que había adoptado un seudónimo de hombre, llevaba pantalones y fumaba cigarros.

Además de mujer apasionada, George Sand fue sobre todo una mujer lúcida. Cuando en 1847 se pone a escribir 'Historia de mi vida' acaba de romper una relación de nueve años con Chopin. Considera un deber para consigo misma la obra que inicia entonces, que aconseja a sus amigos hacer a su vez, un "estudio sincero de la propia naturaleza y un examen atento de la propia existencia". Única forma de vivir en el mundo, a su juicio, con cierta dignidad. Un deber y una especie de "cura". Se encuentra entonces "en la mitad del camino de su vida". En sus novelas, George Sand no idealiza a sus personajes; el amor que experimentan es terrenal, hasta calculado en ocasiones; las pasiones también son de este mundo, y los dominan la vanidad, el orgullo, el resentimiento incluso.

Una obra romántica en la forma, pero no tanto en el fondo

'Lavinia' es una novela romántica en la forma, pero quizás no lo sea tanto en el fondo. George Sand tenía ya entonces un profundo conocimiento del corazón humano, y se muestra tan clarividente en la descripción de las pasiones femeninas como en la de las masculinas. Sand conoce el lenguaje del amor, sabe todo lo que encierran las declaraciones, los juramentos, los gestos, la impaciencia, los silencios. Sabe lo que los protagonistas no saben todavía, lo que sabrán algún día, como a ella misma le ha pasado. Y estaba dotada de "genio narrativo", en palabras de Flaubert, algo que la mayoría de los escritores suplen a base de técnica y oficio. En 'Lavinia' nos cuenta un "caso" que tiene ingredientes universales, pues estaba convencida de que la mayoría de los hombres y mujeres actúan, con pequeñas variaciones producto de las circunstancias, movidos por idénticas pasiones.

'Lavinia' es una novela corta, ese género que proliferó en el siglo XIX, publicado por entregas en los periódicos literarios de la época. Y es también una historia eterna, o una historia inmortal, una historia repetida. "Escuchad; mi vida es la vuestra", parece decirnos la protagonista. En palabras de Georges Sand: "Siempre habrá algo que amar sobre la tierra, y por consiguiente algo que lamentar, algo a lo que servir, algo por lo que sufrir. Por tanto, no hay que buscar la ausencia de dolor, de fatiga, de espanto, a cualquier edad que sea de la vida, porque eso equivaldría a la insensibilidad, a la impotencia, a la muerte anticipada. Cuando se ha aceptado una enfermedad incurable, se la soporta mejor". Y la vida, pensaba Sand seguramente, es una enfermedad incurable.

"No hay en mí nada más fuerte que la necesidad de amar", dice Geroge Sand al final de 'Historia de mi vida'. Hay personas, solía repetir George Sand, que pasan por la vida sin pena ni gloria. Sin embargo, ella no se las quiso ahorrar, ni las penas ni las glorias, y al parecer gozó de las dos sobreabundantemente. Escribía para todos, no se preocupaba demasiado por la forma, sino por las ideas, por los sentimientos, por las emociones, y pensaba que cuando no se comprende una obra la culpa es siempre del autor. Fue una mujer enérgica, curiosa, esperanzada, tenía los ojos negros y una mirada que no dejaba indiferente a nadie, adoraba los pájaros. Para Sand la amistad fue siempre su tabla de salvación.

 
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