Lleno, por favor
"Pero si llenar el depósito sale carísimo, no llenarlo también, a su manera. Es fácil pensar que sin gasolina la vida no te lleva a ninguna parte. Y todos deseamos continuamente ir a algún sitio; por no decir que casi siempre nos apetece estar en un lugar distinto al nuestro"
Galicia
Llenar el depósito de gasolina es la acción más fea de la semana. Cómo no sentirte hundido cada vez que te detienes en una estación de servicio, repostas, pagas y continúas tu camino. Es la gran derrota del día, si no contamos la que te inflige el despertador por la mañana. Pero si llenar el depósito sale carísimo, no llenarlo también, a su manera. Es fácil pensar que sin gasolina la vida no te lleva a ninguna parte. Y todos deseamos continuamente ir a algún sitio; por no decir que casi siempre nos apetece estar en un lugar distinto al nuestro. Lo interesante tiende a estar allá a lo lejos. Y de ahí que el desplazamiento, revestido por la velocidad, sea un negocio infinitamente boyante desde hace siglos. Cuando en 1899, en The New York Times, se vio escrita por primera vez la palabra «automóvil», todo empezó a transformarse rapidísimamente. Nos creamos la necesidad de cambiar de sitio cada poco. Se hizo imposible no vivir entre el aquí y el allí. El coche se entrometió en nuestras existencias, y ahí sigue, significando al mismo tiempo libertad y esclavitud. Mientras decides qué es qué en cada momento, llenas el depósito y constatas que es imposible estar vivo sin hacer cosas desagradables.