1992, parece que fue ayer
La firma de Manuel Ortiz Heras, Catedrático de Universidad
La firma de Manuel Ortiz
Firma de opinión | 1992, parece que fue ayer
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1992 fue un año muy peculiar. Se cumplen ya treinta años de la Exposición Universal de Sevilla, La era de los descubrimientos, los Juegos Olímpicos de Barcelona y la capitalidad cultural de Madrid. La carga simbólica de aquellos fastos merece ser repensada. En Sevilla se pretendía rememorar el quinto centenario del desembarco de Colón en América, y todavía colean los debates sobre la hispanidad y la presencia española allí. Fue también el momento de las grandes infraestructuras entre las que el AVE se llevó la palma, aunque también se duplicaron los kilómetros de autovía en apenas tres años. El tren de Alta Velocidad conectó Sevilla con Madrid en dos horas y media tras una inversión multimillonaria. Todo coincidió con una recesión que ofreció su cara más cruda sólo un año después. En realidad, los fastos del 92 apenas fueron un dique que no evitó la crisis posterior. Una muestra de la inestabilidad económica que imperaba fueron las tres devaluaciones de la peseta que el gobierno de Felipe Gonzalez realizó en solo nueve meses.
La fuerte inversión pública para preparar aquellos eventos retrasó los efectos de la crisis económica y financiera internacional, provocada a comienzos de la década por factores como las subidas del petróleo por la Guerra del Golfo y la tormenta en el Sistema Monetario Europeo tras la salida de la libra esterlina y la lira italiana. España sufrió la peor recesión económica en tres décadas, especialmente dura con el empleo. El crecimiento del PIB se ralentizó y la producción cayó. Solo con la crisis de 2008 se registraron retrocesos más importantes.
Hubo un cambio de mentalidad a la que contribuyeron los foráneos de manera destacada. Aumentó la tolerancia con las minorías y evolucionó la fisonomía religiosa de los españoles. Las percepciones sobre la situación general se deterioraron muy rápidamente después del triunfalismo oficial. Si en la primavera de 1992 sólo un tercio de los españoles juzgaba negativa la situación económica, en diciembre eran ya dos tercios. Sin embargo, ese creciente malestar no se extendió en la misma magnitud a la situación política. Mientras hoy las opiniones negativas sobre la coyuntura política alcanzan a más del 70% de los ciudadanos, en 1992 esa tasa no llegaba a la mitad, aunque el estallido en cadena de los escándalos terminales de la etapa socialista lo cambió todo, sin alcanzar nunca las dimensiones actuales.
La razón de todo ello podría residir en un intangible: las expectativas de futuro. En 1992, España comenzaba un cambio relevante en su sistema de partidos que acabaría en un virtual bipartidismo. Las elecciones de 1989 habían dibujado un parlamento algo irreal que cambiaría en 1993, reduciendo visiblemente la distancia entre PSOE y PP. La gran recesión que estalló en 2008 ha provocado un movimiento inverso: la voladura del bipartidismo y la configuración de un escenario formado por varios partidos de ámbito estatal. Por supuesto, el desempleo sigue siendo la preocupación dominante. Sin embargo, el resto de los indicadores dibujan un país muy distinto. Las drogas, la inseguridad o el terrorismo etarra -26 víctimas en 1992- casi han desaparecido del radar de los españoles. La corrupción y la clase política, entonces preocupaciones imperceptibles, ocupan hoy puestos destacados. Y esos son los síntomas que complementan el actual pesimismo ante un futuro en el que no se vislumbran ni actores ni soluciones que puedan revertir la sensación de declive producto de una polarización que lo invade todo. Tampoco la mejora del bienestar general se ha traducido en un reforzamiento de la identidad colectiva y la convivencia entre los territorios ha sufrido un sensible deterioro que tiene en Cataluña su expresión más dura, considerada, además, la autonomía más favorecida. ¡Menudo balance!