Maestre Escuela
Maestre Escuela. Firma de opinión de Pablo García Casado
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Córdoba
Llegamos al césped y repartimos los equipos. Y a partir de entonces no hay otro color que no sea el de la camiseta. No hay otro horizonte que pasar el balón al compañero, o tirar a puerta, o impedir que lo haga el contrario. Apenas conozco el nombre de quienes cada lunes y jueves juegan conmigo al futbol. Sé que son maestros, fiscales, diseñadores, cirujanos, auxiliares administrativos. Y gente en paro. Pero poco más. No sé si tienen hijos o están casados o les ahoga una hipoteca. O deben ocuparse de un gran dependiente. No hablamos de nuestra vida privada, aunque a veces nuestros gestos, nuestras protestas, en cómo celebramos los goles delatan esa vida que dejamos atrás al calzarnos la botas. Aquí solo somos un nombre, alguien a quien echar un balón en largo, a quien hacer la cobertura en un desmarque. A nuestra edad, pisar la hierba artificial es un regreso al territorio de la infancia. Donde el equipo lo era todo. Donde no había apellidos. Donde se ganaba o se perdía, y no había lugar para el empate ni para la prórroga.