Días del pasado
"Hay días en los que vivo en el pasado. Como ahora, cuando no estoy en Buenos Aires, donde es otoño, sino en un día de verano de los años ´70 en la ciudad donde nací"
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Buenos Aires
Hay días en los que vivo en el pasado. Como ahora, cuando no estoy en Buenos Aires, donde es otoño, sino en un día de verano de los años ´70 en la ciudad donde nací, en una casa enorme con un cuarto propio donde escribía acodada sobre un escritorio rebatible iluminada por una lámpara: un globo de opalina blanca envuelto en una cáscara de plástico de color naranja que tenía, dibujada, la cara de un gato. Pero aquel día, que es también hoy, no había lámpara porque, aunque era la última hora de la tarde, era verano y aún había luz y yo me sentía bien. Ni poderosa ni exaltada: bien. No había ningún sitio mejor para estar ni nada mejor que hacer que llenar un cuaderno marca Gloria con una novelita extravagante que se me había ocurrido, mezcla de René Barjavel, un escritor de moda por entonces, y Ray Bradbury. Mientras escribía, estaba llena de múltiples certezas: la certeza de que mi padre leía en la sala, la certeza de que mi madre preparaba la cena en la cocina, la certeza de que mi hermano jugaba en la vereda. La brisa de todas esas certezas me impulsaba suavemente sobre la superficie de un mar de perfección geométrica. Ahora, en este día que transcurre en el pasado, nadie lee ni cocina ni juega cerca de mí, pero mientras en la televisión hablan de las nueve personas que se han convertido en multimillonarias desde el comienzo de la pandemia debido a los beneficios que han obtenido las compañías farmacéuticas que fabrican las vacunas contra el coronavirus, yo sigo acá, escribiendo, mientras se aproxima la noche, sintiendo que no hay ningún sitio mejor para estar ni nada mejor que hacer.
En eso estaba cuando sonó el teléfono. Era mi padre. Me contó que había pasado mucho rato leyendo en el living de su casa –que es mi casa de la infancia-, hasta que en un momento empezó a sentirse muy solo. Me dijo: “Extraño leer mientras escucho a tu madre preparando la cena en la cocina”. Quedé súbitamente a la intemperie y entendí que, a lo largo de todo el día, había intentado lograr lo que dice aquella frase de Clarice Lispector: “compensarme de mí misma con una tierra menos violenta que yo”. Ser simple como un pan, como un cuchillo.