El mendigo
Este hombre antes solía rondar las máquinas de refrescos y café que colocaron en la estación de autobuses
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Historias a media mañana con Espido Freire (29/11/2016) - El mendigo
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Madrid
Este hombre antes solía rondar las máquinas de refrescos y café que colocaron en la estación de autobuses: tiene ese aire de edad indefinida de muchos indigentes, una ropa que no le pertenece y una expresión de desencanto que posiblemente tampoco le pertenezca. Yo aborrecía que pidiera en las máquinas. Aparecía de la nada, cuando recogías el cambio, y me era imposible negárselo: La culpa de haberme gastado una cantidad indecente en una bebida, la evidencia de que tenía unas monedas… qué sé yo. Se lo daba siempre, sin una pizca de cariño o de buena voluntad.
Luego limitaron el acceso a la estación y el mendigo se trasladó a la puerta de los cines. Me lo encuentro algún sábado, mientras mi novia y yo contemplamos la cabecera. Es obvio que este hombre se ha especializado en pequeños lujos, en situarse donde sirva como recordatorio de que poseemos más de lo que creemos, que nos permitimos licencias que darían para vivir a otros. A él, por ejemplo. Por más que lo intento, no logro reconciliarme con él, que es, por otra parte, un hombre apacible, con dignidad en el gesto y modales agradables. No logro deducir qué le llevó a la calle, y me inquieta. Mantengo la mandíbula apretada, firme en mi propósito de no darle nada. Hoy le han regalado un paquete de palomitas pequeño. Lo tiene junto a él, mientras la cola del cine serpentea ante sus ojos. No come mientras pide. Es un profesional. No nos considera, aunque lo somos, con nuestros prejuicios y nuestras justificaciones, un espectáculo.