Madrid

Hace un año ya hablamos de la radio, pero mirándonos el ombligo. Nos fijamos en esa apócope de la palabra radiodifusión que acabó nombrando tanto al medio de comunicación como al aparato que sirve para escucharlo. Pero la palabra radio tiene otros dos hermanos. Un término que nos llegó del latín radium, con el que nombramos el segmento que une cualquier punto de una circunferencia con su centro, el hueso que junto al cúbito cimenta el antebrazo o las varillas que sostienen las aletas de los peces. Y tenemos otro radio de origen francés, como el matrimonio Curie que lo descubrió, que bautiza al elemento químico usado en la industria nuclear y en medicina. De ahí que la palabra radiactividad, o radioactividad, no nombre nuestro oficio ni nuestro trajín diario, que podría haber sido, sino la propiedad de ciertos cuerpos que emiten radiaciones.

En fin, que en el radio de acción de la palabra radio encontramos el elemento de la rueda que empezó a mover el mundo, el hueso sin el cual nos hubiera sido difícil manejar las manos para crear, amar y construir, el elemento químico que mata, sí, pero también da energía y sana, y este medio extraordinario que es difícil odiar, aunque el verbo se escriba con sus mismas letras.