El destino
“El destino, para las personas que creen en él, es una estación feliz a la que arriban deslizándose en la más dulce inconsciencia sobre una patineta azul empujada por una brisa suave”

Buenos Aires
Entonces, en la mesa a la que estábamos sentados, alguien usó la palabra “destino”. No digo que la dijo: digo que la “usó”. Porque hay palabras que se dicen y otras que se usan para un propósito determinado. El propósito de esta persona exitosa y popular, rodeada de fanáticos que la celebran y le hacen saber su admiración a través de likes y mensajes en sus múltiples redes sociales, era usar esa palabra para abonar su teoría de que todo lo bueno que le sucedía era por obra del destino. La mayor parte de la gente que dice creer en el destino se refiere a un destino venturoso. Los que van a la quiebra, los que se enferman de alguna calamidad terminal, los que pierden todo en una inundación, los que son estafados, no suelen decir “Creo en el destino”, salvo que tengan una historia de resurrección para contar (en los periódicos las llaman “historias de resiliencia” y las titulan con frases como: “Perdió todo en la última inundación pero puso un comedor popular en las ruinas de su casa y ahora alimenta a cincuenta niños”). El destino, para las personas que creen en él, es una estación feliz a la que arriban deslizándose en la más dulce inconsciencia sobre una patineta azul empujada por una brisa suave. Esa persona exitosa y popular dijo: “Creo en el destino. Las cosas que nos suceden están marcadas por el destino. Yo estaba destinada a ser esto que soy”. Lo dijo en un país, la Argentina, que tiene más de cincuenta por ciento de pobres. Yo no dije nada. En parte porque la mayor parte de los comensales asentía con la cabeza y no soy dada a las polémicas, pero sobre todo porque sentí que mi pensamiento era tan obvio como la frase de esa persona exitosa y popular, y mi pensamiento consistía en preguntarme si los pobres reflexionarán acerca del destino y, en ese caso, si creerán que lo que les pasa lo tienen merecido o si, por carecer, carecen hasta de la idea de futuro porque el presente se lo come todo.