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El que camina por la cuerda floja

El periodista y poeta Antonio Lucas reflexiona sobre las posibilidades de la palabra 'cuerda' en 'El Faro'

El que camina por la cuerda floja

El que camina por la cuerda floja

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MADRID

Pensar en la palabra cuerda me lleva a un libro que me gustó mucho: 'El funambulista', de Jean Genet. Es un relato breve y autobiográfico en el que Genet cuenta cómo conoció a un joven malabarista y acróbata de suelo, se hacen amantes y el escritor le anima a transformarse en un funambulista es decir, el acróbata de circo de mayor épica y elegancia, peor también el más cercano a la muerte. El que camina por la cuerda floja. Y fíjate qué expresión nos regala el circo: la cuerda floja. Suena a borde de abismo. La expectación que acumula el artista que camina sobre una cuerda o el alambre es imbatible. Por eso me fascina la historia de Philippe Petit, quien cruzó de una Torre Gemela a otra sobre un alambre tendido entre las dos. Es algo tremendo. Y poético. Y bestial.

Me gusta esa gente: los que se manejan bien en lo imposible. Querría ser de su cuerda, pero no tengo valor. Y también me sobra vértigo. En cualquier caso, es buena expresión la de "ser de mi cuerda". Cuando eres de la cuerda de alguien es que estás en el mismo equipo, que tiras de la soga (que es una cuerda gorda) en la misma dirección. Pero son muchas las posibilidades de la cuerda. Hay quien la convierte en herramienta erótica (no es mi caso). Y para quien es una solución desesperada. Recuerdo unos versos de Borges que dicen: "Tu ausencia me rodea / como la cuerda a la garganta".

No me resisto, hablando de lo que hablamos -de cuerdas-, a rendir tributo a uno de los reyes del absurdo en el cine español, José Luis Cuerda. Y a contar una anécdota que algo explica de la condición extravagante del director de 'Amanece que no es poco'. Y es que el padre de José Luis Cuerda era un mítico jugador de póquer, reputadísimo en las timbas legales e ilegales de Madrid en los años 50. En una de las partidas le ganó a un 'mirlo blanco' la escritura de un piso estupendo en el Paseo de La Habana de Madrid, que es una zona de burguesía desahogada, y se trajo a toda la familia de Albacete con el dinero que le dieron por la venta de ese piso a estrenar: exactamente 73 millones de pesetas. Eso sucedió en el mismo año en el que se fabricó el reloj que llevo en la muñeca izquierda. En 1959. Las cosas se conectan de manera imprevista. El reloj es una Festina de 1959 al que todos los días, al despertar, doy cuerda.

 
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