El inquietante optimismo de la izquierda

Madrid

Cada vez que la izquierda se llena de optimismo entro en pánico. Me voy repitiendo esto en los últimos días, al tiempo que me cojo metafóricamente por el (sí, literalmente) encorvado cogote y me impongo mirar hacia arriba. Para adelante, como hacen mis gurús predilectos del activismo esperanzado.

No estoy en edad de que la ilusión me nuble el entendimiento, pero tampoco me encuentro, ni me hallaré nunca, mientras me quede una neurona, en el punto de no pensar que lo que ocurra depende en gran parte de nosotros y de vosotras. De nosotras y de vosotros.

Sin distinción de edades ni procedencias, pero empujando hacia adelante. Depende de nosotros. Esa es la única, la grande y verdadera lección que nos va dejando la historia.

Historia del movimiento sindical, que ahora podemos ver en la Biblioteca Nacional, representado en la exposición del Proceso 1001. Historia del activismo vecinal, que tan necesario nos sigue siendo. Historia del feminismo, de la defensa de los derechos de todos, historia de lo que han hecho los Gobiernos, historia de cómo hemos sido, de cuándo hemos salido a la calle y por qué, y de cuándo nos quedamos en casa, y también por qué.

Todos, unos y otros dentro del progresismo, nos debemos a la historia que nos ha tocado vivir y no tenemos ningún derecho a rompernos. Porque cada vez que entro en pánico quiero pensar en una izquierda llena de optimismo.

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Cada vez que la izquierda se llena de optimismo entro en pánico

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