Hamburguesas, flamenquito y capitalismo

Madrid

Entre mi extenso catálogo de sobrinas, tengo dos -llamémoslas Sobrina A y Sobrina B- que ante la proximidad del verano han decidido compaginar sus estudios con algún trabajo en el sector de la hostelería. Cuando me lo dijeron no me pareció mala idea. A los hosteleros les hemos entregado aceras, plazas y jardines y, como cualquier ejército, necesitan personal para afianzar el territorio conquistado.

La Sobrina A ha encontrado empleo en una de esas cadenas de hamburgueserías iconos del capitalismo del que muchos renegamos. La Sobrina B acudió a una entrevista en uno de esos bares de pescaíto frito con flamenquito de hilo musical y dueño “con arte” de ese sur que tanto nos gusta.

A la Sobrina A, la de la hamburguesería capitalista, la han contratado con un salario razonable y le pagan las horas extras. A la Sobrina B, la de la arcadia sureña, le dijeron que contaban con ella, le ofrecieron 25 euros por, literalmente, “una jornada de 8 horas o más” y le advirtieron de que antes de abrir el local había que ir tres días a limpiar y adecentarlo sin cobrar un euro.

La Sobrina B rechazó la oferta. Pero la cosa no va a quedar ahí. Soy su tío y quiero decirle a su empleador que ha elegido a la sobrina equivocada. Es sangre de mi sangre y, aunque durante su adolescencia no me hubiera importado haberla donado en transfusión, no pararé hasta que se haga justicia. Juro que no descansaré hasta que un inspector de trabajo visite ese local y obligue al propietario a cambiar el alegre flamenquito andaluz por bluses tristes de las plantaciones de algodón, una música mucho más acorde con las condiciones de trabajo que ofrece.