Vivir en prisión durante 15 años: "Cuando me hablaban de Whatsapp no entendía nada"

Las series, las películas y la literatura han contribuido a crear una imagen predeterminada de las cárceles. Una imagen que para quienes la viven desde dentro está distorsionada. «Pese a que son formatos de entretenimiento que a mí me gustan, no se parecen en nada a lo que vivimos en prisión», según ha contado Teresa Delgado, directora del centro A Lama (Pontevedra) donde se ha realizado el programa especial de «El Faro» con Mara Torres. “Las estructuras son amables y las personas privadas de libertad pueden realizar distintas actividades y vivir con dignidad”, afirma. Para ella la cárcel de A Lama es como un pequeño pueblo. Dentro del Centro Penitenciario conviven a día de hoy un total de 900 internas y 400 funcionarios y este año se cumplen 25 años de su construcción. Este pueblo, sin embargo, tiene sus peculiaridades. Se pueden encontrar cosas que habría a pie de calle como una peluquería, una lavandería o una panadería, aunque no se escuchen los cláxones de los coches, las bocinas de las bicis o el ruido de las ambulancias. Tampoco nadie mira el móvil mientras camina, porque no están permitidos. «Cuando entré aquí era el comienzo de los móviles táctiles, pero no había ni Whatsapp» dice Begoña, que lleva casi 15 años en A Lama. A falta de otras redes, las chicas hablan entre ellas a través de señas. “Escribes un ‘hola’ en el aire y el de enfrente te contesta y te tiras hablando toda la noche y no se entera nadie”, cuenta Begoña. Sí que escuchan la radio. Pese al aislamiento, las internas no han renunciado a las modas musicales. Se saben los líos entre Shakira y Piqué y cantan el «Despechá» de Rosalía en el gimnasio. Hasta hay un cartel de la cantante catalana en la sala de estar. «Es mi cantante favorita porque me emocionan sus canciones», confiesa Brenda, una de las reclusas. A la entrada de A Lama hay un jardín que las internas cuidan y varias pinturas murales decoran las paredes de los distintos edificios. En A Lama también hay escuela y biblioteca y los ensayos, novelas y poesías acompañan a las presas. Cada vez son más las personas que se forman dentro de este centro penitenciario y que se preocupan por mejorar su situación personal. Las internas se matriculan, hacen una prueba de nivel y luego se les asigna el curso que les corresponde. Muchas de ellas han encontrado en la cárcel una profesión. Massiel está en la panadería y en el club de fútbol; Rocío ayuda en peluquería y va a la escuela; Alma trabaja en la enfermería como interna de apoyo y Marta es la primera persona que accede a un puesto de mantenimiento en A Lama. “El tiempo pasa rápido porque estoy ocupada, pero en las noches el tiempo se para”, cuenta Massiel. A Lama no es una prisión como las de las películas, pero sigue siendo una. “Aunque las instalaciones sean amables, ello no significa que la cárcel no sea dura”, explica Teresa. “Nuestro trabajo es transmitir al exterior lo que se hace dentro, pero luego esto tiene que seguir fuera para cumplir con el derecho a la reinserción social”, argumenta Beatriz, jurista penitenciaria de A Lama.