El cine en la SEREl cine en la SER
Cine y TV

'Brainwashed: sex-camera-power', el documental que explica cómo contribuye Hollywood a la cultura de la violación

La directora Nina Menkes deconstruye en una película el lenguaje sobre la sexualización de la mujer en el cine

Fotograma de Brainwashed: Sex-Camera-Power

Madrid

Se le atribuye a Godard aquella frase de que el traveling, ese movimiento de cámara que acompaña a uno o varios personajes, era una cuestión moral. Más que moral, es política. El traveling, al igual que el montaje, al igual que la selección del plano, no es algo aleatorio. Es al base del lenguaje audiovisual, en el que nos comunicamos y nos proyectamos. La directora Nina Mennkes, conocida por películas como Amor fantasma o Queen of diamon, ha dedicado todo un documental a diseccionar como los movimientos de cárama, el montaje y hasta los primeros planos han fomentado la sexualización de las mujeres en el cine y la cultura de la violación.

Brainwashed: Sex-Camera-Power puede verse ya en TCM. Es documental que ha pasado por el Festival de Sundance, y en el que participan psicólogas, directoras de cine, profesoras universitarias y hasta actrices víctimas de la industria, como Rossana Arquette, una de las mujeres que denunció en su día al productor Harvey Weinstein por acoso sexual.

Más información

“Como cineasta y como mujer siento que me ahogo en el potentísimo vórtice que es el lenguaje visual. Es muy difícil escapar de él”, explica la directora Nina Menkes. “Personalmente veo muy clara la relación entre el lenguaje visual del cine y la discriminación laboral hacia las mujeres y un ambiente generalizado de acoso, abuso y violencia sexual”, explica la directora que indaga en esa relación en este filme.

"¿Y ahora, estos chavales, qué hacemos con ellos?": Verónica Fumanal y su reflexión sobre la agresión sexual a una menor de 11 años en Badalona

"¿Y ahora, estos chavales, qué hacemos con ellos?": Verónica Fumanal y su reflexión sobre la agresión sexual a una menor de 11 años en Badalona

09:15

Compartir

El código iframe se ha copiado en el portapapeles

<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/1678261471342/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>

A los actores y a las actrices se les filma de manera muy diferente. Por ejemplo, en las escenas de sexo el cuerpo femenino aparece fragmentado, vemos pequeños planos de los pechos, los muslos, el rostro, la espalda. Además, la cámara va moviéndose por el cuerpo de la mujer para llevar la mirada del espectador por ese cuerpo desnudo y sexualizado. Cuando el hombre aparece desnudo, siempre es haciendo cosas. Por ejemplo, Brad Pitt sin camisa arreglando una antena en el tejado en Érase una vez en Hollywood, la película de Tarantino. O Tom Cruise jugando al voleibol en Top Gun. Ellos hacen cosas, son actives, ellas son miradas, por lo tanto pasivas, desnudas para ser vistas, como en Vestida para matar, La criada o Barbarella. Da igual la época del filme, la historia y el plano se repiten.

Esa es la clave de todo. La mujer como un objeto, el hombre como un sujeto. Y eso se sustenta, explican las expertas en la misma elección del plano y del contraplano o del uso de la cámara lenta. Para ellos en las escenas de acción, para ellas para recrearse más en un cuerpo que debe cumplir con los cánones de bella que dicta de la industria de la moda. "Hice un casting para una película. Fue perfecto, me dijeron, pero no me dieron el papel finalmente. Lo obtuvo una actriz mucho más joven. Lo pensaron mejor", explica Rossana Arquette que cuenta cómo las actrices entran en la industria, sucumben a ese ideal de belleza que las lleva a adelgazar, a trabajar su cuerpo, para en unos años pasar al olvido por no haberlo conseguido o por haber envejecido.

Embellecer a la mujer sigue siendo uno de los objetivos de la industria. Lo explica Catherine Hardwicke directora que debutó con el filme independiente Thirteen y que luego fue fagocitada por la industria para dirigir algunas de las entregas de la saga Crepúsculo. "Me di cuenta que cuando tenía que iluminar una escena con una actriz, buscábamos la luz que le quitara las arrugas, que la embelleciera, usábamos teleobjetivos, focos desde arriba... y cuando era el caso de un hombre, no hacíamos nada de eso, porque incluso una arruga nos parecía hasta interesante". Esto ya ocurría, nos dice el documental en La dama de Shanghai. En ella Orson Welles aparecía entre sombras y Rita Hayworth bien iluminada, para que los primeros planos de su rostro y su cuerpo, único personaje en bikini de la escena del barco, estuviera bien iluminada.

El ejemplo de la cinta de Welles, uno de los grandes clásicos del cine, es interesante ahora en pleno debate sobre cómo tratar las obras maestras con connotaciones machistas, racistas y homófoba. "Nadie tiene que sentirse culpable por disfrutar de películas que cosifican a la mujer. Son clásicos del cine. Lo que no es normal es que no se pueda abrir la conversación en torno a los mensajes que hoy en día evocan. Si no lo hacemos, estamos restando una oportunidad importante a la humanidad", dice una de las profesoras universitarias que analiza las películas en el documental.

Uno de los testimonios más interesantes es el de Laura Mulvey, una de las grandes teóricas del análisis cinematográfico y autora de Placer visual y cine narrativo, un ensayo que demuestra la cosificación de la mujer en las películas. Desde su nacimiento, dice esta autora, la mirada predominante en el séptimo arte ha sido la masculina. Con el paso del tiempo, asegura, el cuerpo femenino se ha ido sexualizando en el cine cada vez más. Algo que se puede comprobar en películas tan conocidas como Metrópolis de Fritz Lang o Vértigo de Alfred Hitchcock. “Hay un factor machista en guiones, diálogos y personajes que perpetúa la posición de poder masculino. Un apetito voraz hacia la mujer como objeto. Una mirada predatoria”.

Decía André Bazin que el cine satisface los deseos del espectador, pero ¿también los deseos de las mujeres? Según el documental, el 90 por ciento del cine de Hollywood ha estado y está hecho para satisfacer el deseo masculino, del hombre blanco heterosexual. ¿Qué pasa con las mujeres directoras? Dice Mulvey que acaban reproduciendo, muchas veces, de manera inevitable ese tipo de lenguaje cinematográfico que mantiene a la mujer como el objeto del deseo. El ejemplo, Lost in translation de Sofía Coppola, donde para presentarnos a los dos personajes, Bill Murray y Scarlett Johansson, recurre a los métodos de siempre. Él va en el autobús y el primer plano se centra en el rostro para mostrarnos su desazón y apatía. A ella la vemos por primera vez en bragas transparentes durmiendo. Es lo único que vemos.

Luego está el caso de En tierra hostil, la película de Kathryn Bigelow, que se convirtió en 2009 en la primera mujer en los 82 años de historia de los Premios de la Academia en obtener el Oscar a mejor dirección. Una película sobre hombres en la guerra, como señala el documental, donde todos los jefes de departamento eran hombres. No volvió a repetirse hasta 2021 con Chloé Zhao. Si miramos este año los nominados a los Oscar tenemos a los Five Guys, la broma con la que se intenta incidir en el machismo estructural de Hollywood. Pero no solo en Hollywood, también el cine europeo o el cine asiático pecan de esto, quizá porque se insertan en la sociedad patriarcal y contribuyen con su maquinaria a mantener ese poder. Incluso con directores y directoras, como veíamos con Coppola, que intentan cambiar esa mirada. Es difícil salir de ella, pues como explica Menkes, hemos sido educadas visualmente en ella. Volvamos a Godard, el que sabía que toda decisión del director era política. Quiso hacer en El desprecio una crítica a la sexualización en el cine. Sorpresa, volvió a sexualizar a su actriz, Brigitte Bardot.

Esto nos lleva a una de las polémicas de la temporada, Blonde, el biopic de Marilyn Monroe que firma Andrew Dominique para Netflix con Ana de Armas. Según el director, que adapta el libro de Joyce Carol Oates, la película es una crítica a la sexualización del mito del cine clásico, pero repite, uno a uno, los dogmas visuales de los maestros a los que cita Mulvey. "Como dijo Audre Lorde nunca se podrá demoler la casa del amo con las herramientas del amo", incide la directora Julie Dash. Por eso, el documental reivindica nuevas formas de mirar, de rodar una escena de sexo o de cambiar los roles. En positivo hay varios ejemplos, como Retrato de una mujer en llamas de Céline Sciamma, donde las dos mujeres son deseadas y desean a la vez. El plano las sitúa en igualdad. Lo mismo que Gus van Sant o Agnès Varda, que dijo aquella frase; “El primer acto feminista es mirar. Tú me miras a mí, pero yo te devuelvo la mirada”.

No siempre fue así el cine. Rescata la película los inicios del séptimo arte. Con pioneras como Alice Guy o Dorothy Davenport, que en 1925 codirigió el film El kimono rojo. Sin embargo, en la transición del cine mudo al sonoro cuando todo se desvaneció. Fue además el momento en que Wall Street empezó a invertir en la industria. A partir de entonces la presencia de las mujeres detrás de las cámaras disminuye hasta ser casi inexistente hasta hoy.

Esta cosificación afecta al trabajo de la mujer dentro de la propia industria cinematográfica. En las escuelas de cine de Estados Unidos se ha conseguido que se establezca la paridad entre hombres y mujeres. Sin embargo, entre las 250 mejores películas del año 1998, solo el 9% estaban dirigidas por mujeres. En 2018, lejos de mejorar, este porcentaje bajó al 8%. Algo que se repite en todos los oficios cinematográficos. Solo el 5% por ciento de las compositoras musicales son mujeres. “Hollywood discrimina a las mujeres mucho más que cualquier otro sector laboral. Más incluso que las minas de carbón”, se afirma en el film. Por eso, en 2014, varias asociaciones denunciaron a las productoras de no cumplir la Ley de Discriminación Laboral americana. Esa multa hizo que los estudios se pusieran las pilas y contrataran a más mujeres. De ahí el momento actual que vivimos, donde el número de directoras y técnicas ha ido creciendo.

Quizá lo más contundente del documental tenga que ver con la cultura de la violación. La tesis de Brainwashed es que contribuye a ella. “En muchas escenas las mujeres empiezan diciendo no a una relación sexual y acaban diciendo sí ante la insistencia masculina. Hay una glamurización de las agresiones sexuales con lo que se perpetua la cultura de la violación. Las escenas sexuales se han filmado tradicionalmente a través de la mirada masculina”, dice. Películas con apariencia inocente como 16 velas o Haz lo que debas, muestran a la mujer rechazando las relaciones sexuales, pero finalmente manteniéndolas en contra de su voluntad con sus parejas. Hoy eso es una agresión. "Hay una relación entre el lenguaje visual, la desigualdad en el empleo y la agresión sexual", explica la directora que forma parte de una industria donde el 94 por ciento de las mujeres asegura haber sufrido algún episodio de acoso o abuso sexual.

Menores, cultura de la violación y el 8M más dividido

Menores, cultura de la violación y el 8M más dividido

01:09:31

Compartir

El código iframe se ha copiado en el portapapeles

<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/1678266946832/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
  • Cadena SER

  •  
Programación
Cadena SER

Hoy por Hoy

Àngels Barceló

Comparte

Compartir desde el minuto: 00:00