'Saint Omer', la película francesa que explora cómo representar a la madre infanticida
Alice Diop se consagra como una de las voces más potentes del nuevo cine francés con esta reinterpretación feminista del mito de Medea a partir del caso real de una mujer que asesinó a su hija de 15 meses
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Fotograma de 'Saint Omer' / SURTSEY FILMS
Sevilla
La directora francesa Alice Diop tiene una larga trayectoria en el documental, género en el que se ha acercado a los suburbios franceses, a la inmigración y a la violencia contra las mujeres desde la denuncia y la empatía. En su primer largometraje de ficción, Saint Omer, el pueblo contra Laurence Coly, también parte de la realidad. Del caso real de una mujer acusada de matar a su hija de 15 meses que conmocionó a Francia. La propia cineasta asistió a ese juicio como espectadora, posición en la que coloca al público de la película y también al personaje que inicia esta historia. Una joven novelista y profesora que busca inspiración para un libro sobre una versión moderna de Medea. La reinterpretación feminista del mito de la sacerdotisa que asesinó supuestamente a sus hijos y la literatura envuelven a esta propuesta que comienza con una declaración de intenciones, una cita de Marguerite Duras y su concepción de víctimas y victimarios. "La escritora utiliza el poder de la narrativa para sublimar la realidad", explica este personaje.
La diferencia aquí, respecto también a los dramas judiciales clásicos, es que no hay debate sobre la culpabilidad. La acusada confiesa el crimen y lo interesante es el propio proceso. "No me asustaron tanto los monólogos como el hecho de interpretar a una mujer infanticida. Mi primera reacción al tener el guion fue de cerrarlo antes de acabarlo. Y lo olvidé durante unas semanas. Luego una amiga actriz de teatro vino a mi casa y me dijo: veo que no lo puedes leer sola, vamos a leerlo juntas y en voz alta. Eso fue lo que hicimos y cuando acabamos de leerlo, nos quedamos calladas las dos un buen rato. Nos miramos y le dije, es imposible que lo haga, es demasiado para mí, demasiado difícil, no lo voy a poder hacer", confiesa la actriz Guslagie Malanda, que compone un trabajo excepcional en su interpretación hierática de la acusada.
La propuesta de Diop se desarrolla prácticamente dentro de la sala de ese tribunal, con todas las miradas puestas en la joven madre. "Alice no me habló tanto como espectadora, porque ella sí que fue al juicio real, sino más de cómo Laurence Coly se ve a través del otro, de la gente que está en la corte. Hablamos mucho de que nos miren, de ser el foco de atención y cómo enfrentarnos a esa mirada, cómo actuar, cómo hablar. Me habló poco del caso real, del horror que experimentó esa mujer, porque creo que hubiera sido difícil para mí", añade la actriz sobre el proceso previo para entrar en la mente de esa mujer. "El personaje se posiciona como en contra, no soy como vosotros, no soy como mi madre, no soy como otras. Es también una película sobre la alteridad. Realmente creo que por primera vez todas estas preguntas pertenecen más al personaje que a la película. Alice no habría hecho esta película si hubiera sido sobre una mujer pobre o desesperada por llegar en unas condiciones terribles a Francia. El personaje de Laurence Coly pensaba que tenía el control sobre las cosas y sobre su condición de mujer, y por las razones que sea no las ha dominado tanto. La película va más allá de todo eso, de todas las expectativas posibles".
Esa es una de las decisiones inteligentes de la directora, no vincular el acto a la situación socioeconómica o la desesperación, sino explorar cuestiones más profundas como el legado colonial, el racismo hacia los inmigrantes que se transmite de generación en generación o la cadena entre madres e hijas. También el juicio social y el clasismo contra estas mujeres. En este caso a la prensa le llamó la atención el buen francés de la acusada, su matrimonio con un hombre mayor y la intención de realizar una tesis sobre un filósofo alemán. "Es muy importante, eso es lo que fascinó a la prensa francesa del suceso real. Ella hablaba bien el francés, como muchas mujeres negras hablan francés muy bien en Francia, ahí ya había un clasismo. Este acto no viene de la frustración o la desesperanza, toda esta ambigüedad está ahí y el personaje se escapa de todas cosas que podrían haber resultado sencillas o simples", contaba la actriz en el pasado Festival de Sevilla.
La directora emplea los puntos de vista de la escritora asistente al juicio, la subjetividad y las miradas cruzadas con la acusada para ir entrando en ese micromundo, desconcertante, inquietante y a la vez fascinante. También juega un papel importante el lenguaje en esa realidad sublimada, que decía Duras, al colocarnos como espectadores en otro estadio frente a este relato moderno sobre el mito de la hechicera o la bruja. "Una de las preguntas que hace la película es cómo se representa a la mujer, y en este caso, a la mujer infanticida y además con la particularidad de que es una mujer que mató a una niña, mató a su hija. Es una línea trágica. Fue una mujer que mató a otra mujer. No es un feminicidio muy particular, diría yo. Laurece Coly como personaje invoca también a esta mitología, juega con el mito, cuando habla, cuando hace su defensa, está totalmente impregnada de ese mito, e incluso nos podemos preguntar hasta qué punto la descripción que hace del acto del asesinato es la realidad o su propia imaginación o descripción del mito de Medea para viajar hasta el horror", expone Guslagie Malanda.
Algunas de las referencias para Diop han sido literarias, como el A sangre fría de Capote o El adversario de Carrère, cinematográficas, como la Medea de Passolini -de la que se incluye un fragmento- , pero también hay inspiración pictórica en esos planos estáticos que beben de la Juana de Arco de Bresson y de la pintura de Da Vinci. "Su dirección se dirigió más a cómo me tenía que comportar, que mi cabeza casi no se moviera, que me quedase quieta… Me habló de un cuadro de Da Vinci, ‘La belle ferronière’, que a diferencia de La Mona Lisa, es una mujer dulce, recta, completamente estática, excepto en los ojos. Me dijo que estuviese erguida, lo que prácticamente no implica movimiento. Esa fue la dirección", ahonda la actriz en las indicaciones de Alice Diop para componer este personaje sinuoso.
Saint Omer es una película exigente, árida, que pone a prueba al público con esos largos planos y una narrativa que escapa a la lógica cartesiana de un tribunal. Pero a la vez es una propuesta misteriosa y estimulante que no pretende ofrecer respuestas ni manipular emocionalmente al espectador. Es una cinta para debatir al salir de cine que demuestra que hay riesgo en forma y fondo para abordar temas espinosos vinculados a la maternidad. "Es cierto que hay una nueva manera de mirar al tema de la maternidad por parte de las directoras. Tal vez porque ahora vemos el dolor de matar a la madre y estamos en una sociedad patriarcal donde se ha hablado mucho de matar al padre. Pero básicamente, en el caso de las mujeres, también pueden contar relatos de matar a la madre. Siempre tengo problemas para poner a las personas en una categoría, pero sí podemos decir que al fin hay directoras mujeres que pueden expresarse, que pueden hablar de la insatisfacción de sí mismas y no a través de la mirada de otros. Veo que en Europa y otros países esas mujeres matan también los clichés sobre la maternidad, el amor, la sexualidad, la libertad. No creo que sea un movimiento en sí, sino cuestión de que las mujeres ya no son tan invisibles en el arte", concluye la actriz de este film que ha tenido un recorrido triunfal por festivales. Ganó el segundo premio en Venecia, el Giraldillo de Oro en Sevilla y fue la película elegida por Francia para los Oscar.