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El Puche, un barrio que lucha contra el estigma del código postal

Se sitúa a solo diez minutos del centro de Almería, pero en el imaginario colectivo esta barriada se encuentra a una distancia kilométrica del centro de la ciudad. En 'A vivir...' conversamos con los vecinos que trabajan para mejorar su entorno y acabar con los prejuicios que cargan contra ellos

El Puche, un barrio que lucha contra el estigma del código postal

El Puche, un barrio que lucha contra el estigma del código postal

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Almería

El Puche era un barrio con aires de pueblo. Allí “todo el mundo” se conocía: las vecinas se enteraban cuando nacía un niño, sabían quién había perdido un familiar o quiénes se iban a casar. Sus calles olían a pan recién hecho por las mañanas, y los mayores todavía sacaban sus sillas a la calle para conversar al fresco en verano.

Nos situamos a las afueras de Almería, a finales de los años 70. Esta barriada se construye para realojar a muchas familias que habían perdido sus casas tras unas inundaciones. En los 80, como en muchas otras tantas ciudades de España, la heroína se coló entre sus calles e hizo mella en “la juventud”. En los 2000 su población se multiplicó, llegaron nuevos habitantes, especialmente de origen marroquí, en busca de trabajo en la agricultura. Cuentan los vecinos que el barrio no supo adaptarse a esta nueva situación y la Administración tampoco se ocupó de ellos. Hoy, en El Puche viven más de 15.000 personas con constantes cortes de luz a lo largo del día, rodeados de escombros que, dicen, no producen ellos; y algunos episodios de delincuencia que ya se consideran algo natural en el barrio.

Físicamente, El Puche se sitúa a solo diez minutos en coche desde el centro de Almería. En el imaginario colectivo, sin embargo, esta barriada se encuentra a una distancia kilométrica del centro de la ciudad. "Por El Puche no se pasa por casualidad. Al Puche hay que venir", resume Oscar Bleda, educador social y director de la Asociación Ítaca, una agrupación de vecinos que trabaja para cohesionar las tres culturas que conviven en el barrio —la gitana, la paya y la marroquí—, y romper muchos de estos estigmas que los separan del resto de la ciudad.

Durante un recorrido por el barrio en el que se aprecia la dejadez que impera entre sus calles, este educador social menciona un término muy esclarecedor para explicar lo que aquí ocurre: la desesperanza aprendida: "Cuando vives en un lugar donde se te señala; cuando aprendes a vivir entre la oscuridad, entre basura... difícilmente vas a ser muy limpio. Para mejorar el barrio ya no es suficiente con poner un contenedor. Hace un falta un cambio de educación", explica.

Un cambio de educación que ya se está produciendo de forma paulatina entre sus vecinos. Ahora falta, dicen, que el movimiento venga "de afuera hacia dentro", que el resto de la sociedad se aproxime a ellos sin prejuicios. Tarea difícil en un barrio donde viven más de 15.000 personas que no cuentan con alumbrado público en sus calles. 15.000 vecinos que no tienen acceso a un autobús de línea porque el transporte público ya no entra al barrio desde hace años, o donde solo tienen dos barrenderos y la farmacia trabaja conectada a un generador eléctrico para evitar los constantes cortes de luz que sufren a lo largo del día.

"Esos prejuicios roban nuestros sueños, son barreras que impiden que tengamos las mismas oportunidades que el resto. Es triste cuando te relacionas con gente nueva y notas que te miran diferente. ¿Qué tienes tú que no tenga yo, si tu corazón late igual que el mío?", se pregunta Yumara, una vecina de apenas 18 años que vive en El Puche con toda su familia. Al sol, de pie en una cancha de fútbol que han rehabilitado los jóvenes del barrio, Yumara conversa con Bru Rovira:

—El día de mañana quiero ser la dueña de mis sueños —cuenta la joven.

—¿Y cuál es tu sueño?

—Verme como una más.

Valentina Rojo Squadroni

Valentina Rojo Squadroni

Uruguaya de nacimiento, catalana de adopción y madrileña de acogida. Es redactora de 'A vivir que son...

 
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