A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
Opinión

Amén, y todo lo contrario

Corro para irme del mundo. Hoy me interno por caminos desconocidos. Hace mucho calor. No pienso en nada. Escucho a Metallica. Voy vacía, esquivando el desasosiego, los incendios de la memoria, la nostalgia de cosas que no sucederán. De pronto, la música se detiene

Amén, y todo lo contrario

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Buenos Aires

Estoy en la ciudad en la que me crié, en la pampa argentina. Salgo a correr temprano por el campo. Hay sequía, así que respiro polvo bajo el sol. Mi hermano me dijo hace poco: “Correr es rezar con las piernas”. Debe tener razón, porque corro para irme del mundo. Hoy me interno por caminos desconocidos. Hace mucho calor. No pienso en nada. Escucho a Metallica. Voy vacía, esquivando el desasosiego, los incendios de la memoria, la nostalgia de cosas que no sucederán. De pronto, la música se detiene. No hay señal. Miro el reloj: corrí más de una hora aunque parecieron diez minutos. No sé dónde estoy. Sólo hay cardos, polvo, el sol alto. Desando el camino, pero llego a una bifurcación y no sé hacia donde ir. Me late la cabeza. No tengo agua. Doblo a la izquierda, por hacer algo. Escucho la voz de mi padre que, cuando salíamos a correr, me arengaba: “Vamos, un poco más”. Me digo: “Vamos, un poco más”. Al rato, veo una polvareda que se acerca. Es una camioneta. Hago señas y el conductor se detiene. Le pregunto dónde está la ruta. Señala en dirección contraria a la que llevo. Le pregunto si tiene agua. Me dice que no. Se va. El teléfono sigue muerto. Respiro. Corro. El aire me falta por cosas en las que pienso, no por la extenuación. Llego a un cruce y doblo hacia donde indicó el hombre. Poco después, el teléfono se activa. Busco en el GPS la distancia hasta el hotel. Cuatro kilómetros. En circunstancias normales, 25 minutos. En este estado, un poco más. Aparto los pensamientos, desesperada, y pongo música. Intento limpiarme, ser un envase. Cuando veo la ruta, siento una euforia extravagante y empiezo a correr enardecida. Me digo: “Hola, resto de mí. Ahí estabas”. Cruzo el pavimento con cuidado, drogada por el sol. Llego al hotel. Entro al cuarto. El hombre con quien vivo me dice: “Saliste hace más de dos horas. Me asusté”. “Yo no”, le respondo, y es verdad. Después digo: “Es que estaba imposible”. Pero lo que estaba imposible no era el sol sino yo misma, atacada por la jauría que llevo dentro. Abro la computadora. Busco una frase de Patricia Highsmith que guardé por si alguna vez servía. La encuentro. Dice: “Mi brindis de Año Nuevo: por todos los demonios, lujurias, pasiones, codicias, envidias, odios, extraños deseos, enemigos espectrales y reales, el ejército de recuerdos con los que batallo; ojalá nunca me den tregua”. Amén, y todo lo contrario.

 
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