No es un paje, es el algoritmo de Google

Madrid

Esta madrugada me he levantado a beber agua y antes de llegar a la cocina, en la penumbra, he visto unas sombras que se deslizaban apresuradamente hacia el salón. He temido que fueran ladrones y, cobardemente, les he gritado que el rico es el vecino del 4º C. Ellos me han contestado que eran los Reyes Magos. He llegado al salón, he encendido la luz y allí estaban los tres acompañados de un joven que me ha llamado la atención por la blancura de su piel. Una piel de esas que solo ves en los vampiros o en algunos informáticos.

“Venimos a traerte el altavoz bluetooth que querías”, ha explicado Baltasar. “¿Y cómo os habéis enterado de que lo quería?”, les he preguntado suspicaz. “¿Sabéis que puedo denunciaros a la Agencia de Protección de Datos?”. “Es cosa del chico”, se ha excusado Melchor señalando al muchacho blancuzco. “Si claro, ahora las culpas al paje”, le he respondido. “No es un paje -ha terciado Gaspar- es el algoritmo de Google”. “Pues contigo quería yo hablar”, le he dicho al algoritmo. “¿A qué viene eso de que cada vez que entro en Internet me pongas anuncios de bicicletas estáticas?”. El chaval se ha justificado con voz apocada: “Ha sido Alexa. Por lo visto hace unos días te oyó comentar que estabas pensando en comprarte una”. “No hablaba en serio”, le he replicado. “Me estaba comiendo un tiramisú y tenía mala conciencia. Lo último que quiero en mi vida es una bicicleta estática”.

En ese momento he reparado en que los reyes y el algoritmo intercambiaban miradas nerviosas. “No me jodas que me la habéis traído”, les he dicho al tiempo que me giraba y la veía en un rincón de la sala. Cuando he vuelto a mirarlos los cuatro estaban abatidos y he entendido por qué: vivo en un quinto y la bicicleta no cabe en el ascensor. Aun así, no me he ablandado. El derecho a la intimidad está por encima de tradiciones sentimentales, me he recordado en plan digno.

“Voy a la cocina a por agua y a seguir durmiendo, cuando me levante no quiero ver ese trasto aquí”, les he advertido un poco sobrado. Luego me he metido en la cama y me he quedado frito. Hasta que hace un rato me han despertado las protestas de mi mujer quejándose de que había pedido una bicicleta estática a los reyes y no se la habían traído. ¡Qué informalidad!