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Opinión

Bruce Lee contra Zygmunt Bauman

"La cinefilia era ir al cine, no hablar de series en Twitter. Convertimos en cultura todo lo que tocamos. Pero es el poder lo que nos fascina, no la cultura. Para ser culto basta con saber dos o tres cosas, el resto es acumular. Le pasó al rey Midas con el oro"

Bruce Lee contra Zygmunt Bauman

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Barcelona

El otro día dijeron que Bruce Lee murió por exceso de agua. Estaba cantado. Antes que el cine de destape, llegaron las películas de Bruce Lee. Eran Operación Dragón, Kárate a muerte en Bangkok... y otras más. Cuando empezaba la acción, saltábamos bajo la pantalla imitando la lucha de los actores. La cinefilia era ir al cine, no hablar de series en Twitter. Convertimos en cultura todo lo que tocamos. Pero es el poder lo que nos fascina, no la cultura. Para ser culto basta con saber dos o tres cosas, el resto es acumular. Le pasó al rey Midas con el oro. Aquellas patadas en el aire que nos lanzábamos eran una calcomanía, nosotros decíamos calcamonía, porque también eran el gesto de la gente que saltaba de noche el muro de Berlín. En las novelas de Le Carré, cruzaban el muro en un coche con las luces apagadas. El kárate era un deporte obrero, se practicaba con materiales de la construcción. Así, íbamos a las obras de los bloques que empezaban a crecer como un bosque de los Carnutes (donde el muérdago no lo traerían los druidas sino los camellos, y la hoz de oro iba a ser una guadaña); pero antes de emprender esa gran travesía, nos gustaba celebrar nuestro combate de los jefes partiendo a cates las tochanas que cogíamos de las obras. Todo ritual tiene sus palabras mágicas. Nos hacíamos los nunchakus con palos de escoba y cinta negra. Lo mismo que en las obras había sacos de Portland y de Asland, el mundo se dividía en kárate y kung-fu. Una cosa era Bruce Lee y otra David Carradine. Punk y hippismo eran cementos diferentes. Los cuatro dedos de la furia entraron en nuestra herida social como el dedo de Tomás en la llaga. Y las calles andaban llenas de luchadores mancos, que eran los mutilados de guerra. Aún no se conocía la modernidad líquida, y nosotros éramos el agua... de los charcos, my friend.

 
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