Jubilación

Madrid

Cada vez que un responsable político habla de la jubilación, como ha hecho el ministro Escrivá, crece la inquietud entre quienes la esperamos. Y es una contradicción, porque la palabra conecta con un verbo latino, iubilare, que literalmente era dar gritos de alegría, de júbilo. Y parece que el latín bebió a su vez de un término hebreo, yobel, que era el sonido producido con un cuerno de cordero con el que se anunciaba, cada 50 años, el comienzo de un año de descanso para los judíos establecido en uno de los libros de la Biblia, el Levítico. Sería, más que una jubilación plena, un año sabático.

De aquellas raíces han quedado en el presente dos sustantivos semejantes que no quieren decir lo mismo: el jubileo, que es la indulgencia plenaria que el papa concede en determinadas ocasiones solemnes, y la jubilación, el merecido descanso del que el resto de pecadores disfrutamos después de una vida de trabajo. Una palabra que se refiere a personas, pero que el genio del idioma ha ido aplicando por la rica vía de la prosopopeya a las cosas. Ahora jubilamos la ropa que no nos ponemos, el sofá desvencijado o el viejo electrodoméstico. Por cierto, que la RAE debería revisar alguna definición del verbo jubilar, como la que se refiere a "dispensar a alguien de ejercicios o cuidados que practicaba por razón de su edad o decrepitud". Seguro que encuentran algún sinónimo igual de preciso pero más amable.