A vivir que son dos díasLa píldora de Enric González
Opinión

Un poco de verdad

"Sólo recuerdo un caso notable en que alguien con grandes responsabilidades públicas pidió perdón y reconoció que había hecho mal las cosas. Fue el Emérito y, por desgracia, lo dijo con tanta sinceridad como Al Capone cuando se proclamó inocente delante del juez"

Un poco de verdad

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Madrid

Uno lee (o mira, o escucha) un medio informativo y se entera de que la “ley del sólo sí es sí” está muy bien, y que si reduce las penas de algunos depredadores sexuales se debe a que la aplican mal los jueces, fachas y machirulos.

Uno lee (o mira, o escucha) después otro medio informativo y descubre que la “ley del sólo sí es sí” es una chapuza irremediable y obliga a los jueces, tipos honrados y competentes, a reducir penas con gran pesar de su corazón.

Y así con todo.

La verdad suele ser difícil de abarcar en toda su complejidad. Pero existe. Como se demuestra con la frase “la verdad no existe”: si la frase es cierta, existe al menos algo verdadero, y es que la verdad no existe; si es falsa, la verdad existe. De todos modos, cuesta definirla. Un filósofo tan concienzudo como Kant se conformó con describirla como “la concordancia entre conocimiento y objeto”, una frase que no nos lleva demasiado lejos.

Descendamos a un nivel más prosaico, el de la realidad. No existen leyes perfectas. La ley de la gravedad parecía serlo, pero Einstein demostró que no funciona en el conjunto del universo. La ley del sí, por abreviar, tendrá defectos, como todas. Acaso sea bastante chapuza. También tendrá, sin embargo, alguna virtud, y debe de ser posible corregir sus posibles fallos. Salvo empecinamiento.

Lo mismo ocurre con los jueces. Los hay mejores y peores, fachas y progres (quizá más de los unos que de los otros), viejos y jóvenes. Cualquiera puede percibir su diversidad, salvo empecinamiento.

Pero esta es la era del tremendismo. Las ideas de cada cual ya no son un sesgo, sino una trinchera, por lo que no cabe el diálogo, que en cierta forma se parece a una negociación de paz, sino la guerra. Cualquier mentira vale, cualquier insulto vale para imponer nuestra verdad (que no suele ser la verdad, sino una creencia o un sentimiento) contra la del otro (de la que puede decirse lo mismo).

Lo de esta ley es un simple ejemplo entre muchos. Quizá los medios informativos ya no se preocupan demasiado por matizar porque sus usuarios no queremos matices, ni explicaciones complejas, sino la confirmación de nuestros prejuicios. Si una dirigente política proclama que el cambio climático es una conspiración comunista, los suyos le reirán la gracia. Si otra dirigente política dice que cualquier crítica a su gestión es machismo, los suyos le darán la razón amparándose en que, en efecto, hay por ahí mucho machismo babeante.

Así vamos tirando, sin que nadie dude, sin que nadie rectifique, sin que nadie haga un esfuerzo por explicarse y por comprender al otro.

Sólo recuerdo un caso notable en que alguien con grandes responsabilidades públicas pidió perdón y reconoció que había hecho mal las cosas. Fue el Emérito y, por desgracia, lo dijo con tanta sinceridad como Al Capone cuando se proclamó inocente delante del juez.

 
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