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Opinión

Crear el viento

"Durante mi infancia y buena parte de mi adolescencia fui una persona obediente. En realidad, fui una persona clandestina: muchas cosas sucedían, dentro y fuera de mí, bajo una capa de buen comportamiento"

Crear el viento

Crear el viento

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Buenos Aires

Esta mañana me llegó un mensaje de alguien importante para mí. Era la cita de un libro de Henning Mankel, un autor al que no he leído. Durante mi infancia y buena parte de mi adolescencia fui una persona obediente. En realidad, fui una persona clandestina: muchas cosas sucedían, dentro y fuera de mí, bajo una capa de buen comportamiento. No es tan raro si uno piensa que la Argentina estaba entonces gobernada por una dictadura militar, que comenzó en 1976 y terminó en 1983, un período que abarcó un buen tramo de mi infancia y casi toda mi adolescencia. Viví, digamos, en estado de simulación. Ayer estaba cenando sola en casa cuando, en la tele, enganché la última parte de la película The Wall, de Alan Parker, basada en el disco de Pink Floyd. Yo odio los musicales y The Wall es un musical. Sin embargo, es la película que más veces vi, seguida de lejos por el Drácula, de Coppola. Se estrenó en mi país el 25 de noviembre de 1982, cinco meses después de que terminara la guerra de Malvinas, el conflicto entre Argentina y Gran Bretaña que fue el comienzo del fin de la dictadura. La calificaron como Prohibida para menores de 18 años. Yo la vi en estreno cuando tenía 16, y regresé a mi casa más insatisfecha, más triste, más rabiosa. Volví a verla al día siguiente, y al otro, y al otro. Poco tiempo después empezaron a proyectarla en un bar de la ciudad, llamado Hottys, donde la vi decenas de veces en una pantalla de colores mareados. Volví a verla en cines de Buenos Aires a los que la gente acudía como si fuera a misa mientras botellas vacías de alcohol rodaban por los pasillos. La vi sola, la vi con un novio, la vi con amigos, la vi con mi padre. Siempre me llenaba de una ira satánica y un entusiasmo paranormal. Era temible, era confusa, hablaba sobre la orfandad, la perversión y la guerra, pero más que un mensaje pacificador parecía un misil destructivo. Ayer, aunque vi sólo una parte, la recordé entera. El desfile de los martillos neo nazis, el maestro represivo, la madre sobreprotectora, el niño buscando al padre en la estación de trenes, el protagonista afeitándose las cejas. Y sentí que, dentro de mí, todavía soy aquella persona de 16 años repleta de furia y entusiasmo, cantando en cines mugrientos canciones que irradiaban oscuras partículas de angustia, alienación y soledad. La frase del libro de Mankel era esta: "Uno mismo puede crear un viento que no existe cuando lo necesita". Pertenece a su novela El perro que corría una estrella. Esta mañana yo estaba sumida en la angustia de la calma chicha, esa placidez estéril que no conduce a nada. Entonces leí la frase, pensé en The Wall, y me dije que haría bien en recordar dónde se esconde el viento para buscarlo cuando me haga falta, para hacerlo existir.

 
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