Segre, presidenta favorita

Barcelona

Lo que sucede en Italia es extraordinario, inquietante, ilustrativo. Acaban de elegir a los presidentes de las dos cámaras parlamentarias. Ambos son gente de ultraderecha, lindando con el fascismo. Ignacio Benito La Russa, el del Senado, debe su segundo nombre propio, Benito, al Duce Benito Mussolini, y colecciona figuritas de su líder. Lorenzo Fontana, en el Congreso, es un antiabortista, antihomosexual, admirador de Putin, amigo de los neonazis griegos de Aurora Dorada y de los ultras de Alternativa para Alemania.

Pero nadie nos impide seguir considerando como líder moral a la presidenta interina de la cámara alta, la senadora vitalicia Liliana Segre, 92 años. Judía, arrestada por los amigos de Musssolini en 1944 y deportada al campo de la muerte de Auschwitz, donde sufrió año y medio hasta su liberación. Dijo, en el discurso de traspaso de poderes al admirador del Duce: “El pueblo ha decidido, es la esencia de la democracia”, qué lección. Y pidió a todos una “sana y leal colaboración institucional”. Qué otra gran lección. La democracia es generosa. El antifascismo es generoso. Quizá tengan razón y sea mejor no juzgar a la gente por sus orígenes políticos, sino por lo que dentro de un tiempo habrá hecho.

Los héroes y oráculos de los nuevos presidentes institucionales ya sabemos lo que hicieron. Asesinaron al padre de Liliana nada más llegar al campo. A ella le tatuaron con el número de presa 75.190. Solo por ese número, repitamos, el 75190, deberíamos atender su mensaje. Y juzgar conductas más que lemas. Aunque nos rechinen los dientes. Porque tiene credibilidad.

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