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J. R. R. Tolkien, creador de mundos e idiomas

Cuentan que un electricista de Oxford fue a reparar unos cables en la biblioteca de la Facultad de Lengua Inglesa y vio el busto de bronce de Tolkien. Dejó entonces sus herramientas en el suelo y, pasando su brazo por el busto, exclamó: “¡Bien hecho profesor, has escrito un cuento rematadamente bueno!” Uno de los interrogantes de su biografía es concebir cómo de una persona tan gris y aburrida – tenía una vida rutinaria como profesor de lengua en la Universidad de Leeds y luego en Oxford- han podido salir fascinantes y trepidantes mundos de aventuras y de fantasía

Portada de la última novela de Tolkien. / Harper Collins

Una monumental obra que en realidad surgió de un aburrimiento. Corría el año 1916 y se encontraba muy enfermo. Tolkien había participado en la Primera Guerra Mundial y regresó a su casa inglesa aquejado de la “fiebre de las trincheras”, que le tuvo postrado en cama. Es entonces cuando comienza a escribir El libro de los cuentos perdidos, que más tarde formó parte de la serie de 13 libros titulada La Historia de la Tierra Media, la cual fue publicada póstumamente por su hijo Christopher en los años 80. Lo cierto es que la mayoría de su teología, geografía, paleografía, lenguas y tipos de criaturas mitológicas no tienen su origen en El Señor de los Anillos sino en El Silmarillion.

Estudioso del galés, finlandés, noruego y del inglés medieval, le encantaba crear lenguajes (se le atribuyen unos 15). John Ronald, como le conocían sus amigos, o “Tollers” para sus colegas de Oxford, era el prototipo del gentleman inglés, a pesar de que había nacido en Sudáfrica. Tuvo una vida longeva y corriente, sin apenas sobresaltos, si exceptuamos su participación en la batalla del Somme y que a los dos años le picó una tarántula, un suceso que puede explicar que en muchos de sus libros las arañas aparezcan como seres malignos. Su mejor amigo, C.S Lewis, le describió como un “gran hombre, aunque lento y nada metódico”. Con él fundó en 1930, The Inklings, un club de bebedores de cerveza y tertulias literarias de Oxford.

En septiembre de 1937 publica la que será su primera gran obra, El Hobbit, tras un largo proceso de redacción y corrección, escrito para divertimento de sus cuatro hijos en el estudio de su garaje, sentado ante su máquina de escribir. Tras el éxito obtenido y a instancias de su editor, empieza a escribir a segunda parte que con el tiempo se convirtió en el primer libro de una trilogía, El señor de los anillos, y que verá la luz 17 años más tarde. Según Tolkien, “la historia se le ha escapado de las manos, ha tomado vida propia”.

No se conocen muchas anécdotas apasionantes, pero alguna define su carácter: fumaba en pipa y su mejor momento lo tenía después de medianoche. Era tan minucioso en todo lo que hacía que, cuando un editor trató de corregirle la ortografía, Tolkien replicó: “¡Pero si yo he escrito el diccionario inglés de Oxford!”. Se definió a sí mismo con estas palabras: “En verdad soy un hobbit, excepto por el tamaño. Me gustan los árboles, los jardines y las granjas sin máquinas; fumo en pipa, me gusta la comida sencilla (no refrigerada) y detesto la comida francesa; me agradan y hasta me atrevo a usar en estos días oscuros, los chalecos adornados”.

 
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