Sociedad
Antonio Coronil

‘Llenos de vida’

Firma Antonio Coronil 'Llenos de vida'

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Algeciras

De entre todos los miles de WhatsApp que he podido leer esta tarde, no llega el que estoy deseando. Y es que hoy, en el instituto y gracias a la intervención de mi amiga Lorena, él ya tiene mi teléfono. Siguen llegando montones de mensajes y vídeos de perritos que cantan, de gatitos que abren la nevera y de gente que se abre la cabeza por hacer el chorra.

 La noche avanzaba y su mensaje no aparecía. Yo, tendida en mi cama, veía como me sonreía ese cantante, que ya no me parece ni tan guapo, ni que cante tan bien. Mañana lo quitaré de la pared.

 Cuando sólo se escuchaban los silencios de la noche, su mensaje llegó. Yo le contesté sin interés, bueno, sin mostrar mi interés. Qué tal, qué rollo la de lengua, me aburro… y cosas así. Lo mejor, llegó al final. Cuando me dijo, que mañana podíamos vernos y hablar en el recreo.

 Y así empezamos. Primero de rollo, porque él tenía que terminar con esa creída de Patricia y luego ya en serio. Él no vivía lejos de mi casa y además de en el instituto y en el autobús, quedábamos por la tarde para estar juntos.

 Cuando llevábamos seis meses, en verdad estaba convencida de que era el hombre de mi vida. Juntos nos reíamos y hablábamos de nuestras cosas. Cada vez teníamos más palabras que sólo entendíamos yo y él. Cuando me miraba, con esa manera tan suya de mirar, yo sentía que en el mundo sólo estábamos él y yo. Y así fue como nuestros cuerpos empezaron a hablar un lenguaje propio y cada vez se comprendían mejor y cada vez era más agradable y perfecto.

 Los mayores nos decían que nos había dado muy fuerte. Que éramos unos pesados, que sólo teníamos quince años y que nos quedaban por vivir muchas cosas. Cosas de mayores, nosotros estábamos seguros que nuestro amor era el más perfecto de todos los que podríamos vivir.

 Cuando ya hacíamos nueve meses, el susto llegó a nuestras vidas. El susto en forma de retraso. Yo se lo conté a él, y él no parecía que tuviera tanto miedo como yo. Pasaban los días y lo que tenía que bajar no bajaba y yo, muy preocupada se lo comenté a la chivata de mi hermana. Total, que mi madre se enteró y ya todo empezó a suceder muy rápido.

 El rosa del cacharrito blanco no daba lugar a dudas. Estaba embarazada. Los mayores entraron en nuestro mundo más íntimo. Miles de preguntas y de reproches llegaron de todas las formas posibles. Como broncas, como consejos, como palabritas por nuestro bien. Y todos empezaron a decir lo que debíamos de hacer, lo más conveniente para nuestra situación, para nuestras futuras vidas.

 Y mis padres hablaron con los padres de él. La reunión no fue fácil, por lo que se podía escuchar desde mi cuarto. Al final, las voces apagaron las razones y ellos, incluido mi novio, se fueron dando un portazo. Mi madre me anunció, que lo nuestro se había terminado. Que él, desaparecería de mi vida. Que su familia daba como razón principal, que éramos muy jóvenes.

 En verdad, yo quiero tener el niño. Sé que muchas otras chicas de mi edad lo han tenido y no se acaba el mundo por ello. Nada puede ser malo si nace del amor. Sí, también sé que me perderé muchas cosas que las jóvenes de mi edad tienen que hacer antes de ser madre. Pero creo que merece la pena.

 El orientador es el único que lo sabe en el instituto. A él lo veo cuándo nos cruzamos en las escaleras, pero ya no nos hablamos y él me mira sólo de reojo. Todo lo que nos dicen y nos hacen hacer los profesores me suena como una canción muy lejana. En el instituto sólo nos hablan de inventos de gente muerta y yo, yo estoy llena de vida. La vida del hijo que crece dentro de mí.

 Ahora, tendida en mi cama. Con el cielo siempre azul llenando la ventana. Miro la pared desnuda. Mañana pondré un póster de dos angelitos.

 
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