"Llegó sin hablar español y ahora es monitora en un colegio": las mujeres ucranianas que reconstruyeron su vida en Madrid

Madrid

Irina, Olena y Galina son tres de las mujeres que consiguieron traspasar la frontera con sus hijos e hijas, la mayoría muy pequeños, y que llevan ahora viviendo un año en la Casa de Ucrania, como se le conoce ya a este recurso permanente de Alcobendas. Los voluntarios de la Fundación Jaime Garralda, con un cuarto de siglo de experiencia en este tipo de proyectos sociales y humanitarios, acondicionaron el edificio en la Calle Alicante número 6 en un tiempo récord habilitando habitaciones para las familias y gestionando todo con recursos propios, gracias a donaciones públicas y privadas.

Clases de español

Como parte del proceso de inserción en la sociedad española, una de las mayores preocupaciones de la fundación era la escolarización de todos los niños y la búsqueda de empleo para sus madres. Sin embargo, pronto se dieron cuenta que el idioma era uno de los grandes obstáculos. Por ello, decidieron continuar con este proyecto incluyendo clases semanales de español impartidas por los propios voluntarios. "Venían sin saber absolutamente nada", afirma Antonio, uno de los voluntarios, "los niños están todos escolarizados pero, curiosamente, están con peor nivel que las madres". Creen que esto se debe a que los más pequeños solo se relacionan entre ellos y todavía no están adaptados en esta nueva rutina.

Para Pilar, una de las profesoras que está con las mujeres -y sin tener experiencia previa como docente- es un placer enseñarles español, su particular manera de mostrar su sentir contra la guerra: "Tienen una vida muy difícil, trabajan mucho y este rato que pasan aquí están concentradas, trabajando...es algo admirable".

Mujeres con autonomía

Un año después han logrado que estas familias tengan una segunda oportunidad en España, con libertad e independencia: Irina trabaja cuidando de un niño, Olena continua dando clases de geografía en un centro de Ucrania de forma telemática, y Galina es monitora de comedor en un colegio madrileño. Así, tienen un sueldo propio para cubrir sus gastos y sentir -por primera vez en mucho tiempo- una gran autonomía.

En el primer aniversario, el miedo, la preocupación y la tristeza de tener a sus familias en Ucrania sigue de fondo, pero han encontrado en este recurso permanente un motor para salir adelante. "De pronto estamos en una vida normal, en una casa normal, con un ritmo. Ellas se sienten muy responsable porque han traído a sus hijos aquí para alejarlos de la guerra y han sido muy valientes contra todo", nos cuenta Jessica, portavoz de la fundación.